La historia de la numismática en España se ha escrito en buena medida gracias al impulso de sus monarcas y a su inclinación por esta ciencia. Desde Alfonso V de Aragón, precursor del coleccionismo renacentista, a las iniciativas ilustradas de los primeros Borbones, coleccionar monedas ha sido en nuestra historia una afición de reyes.
Un nuevo monarca de la dinastía Borbón se sienta en el trono de España y aprovechando este momento histórico, nos ha parecido una buena ocasión para recordar el papel que sus antecesores tuvieron en el desarrollo de la numismática como disciplina en nuestro país.
La afición de los reyes españoles por el coleccionismo de monedas se remonta nada menos que a Alfonso V de Aragón, allá por el siglo XV, hasta el punto de que el Padre Flórez afirmaba que los españoles somos los precursores en esta materio. Pero no vamos a remontarnos tanto en el tiempo, sino que hoy vamos a centrarnos en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, una centuria esencial en el desarrollo de la numismática en España y en el que el papel de los reyes no fue de meros espectadores.
Para empezar hay que decir que las principales colecciones institucionales de entonces estaban ligadas de una u otra manera con la realeza. Así tenemos el Gabinete del Rey, el monetario del Real Monasterio de El Escorial, la Biblioteca Real, el Real Gabinete de Historia Natural o la Real Academia de la Historia.
La Biblioteca Real, dentro de la cual se encontraba el Gabinete de Medallas, fue creada por Felipe V en 1712 con las antiguas colecciones de palacio, e iría incrementando sus fondos a lo largo de todo el siglo mediante diversas donaciones y adquisiciones, hasta formar el importante monetario que constituiría el germen de lo que, a partir de 1867, sería el Gabinete Numismático del Museo Arqueológico Nacional. Tan solo cuatro años después de su creación, en 1716, los fondos numismáticos se calcularon en 20.000 piezas (según cuenta C. Alfaro, 1993, p. 27) y en 1800 se contabilizan casi 85000 objetos, de los cuales 77655 eran monedas (Alfaro, 1999, p. 199).
Por su calidad de Biblioteca Real, el monetario recibe distintas donaciones procedentes de toda España, entre ellas varios tesoro de monedas romanas, pero además a lo largo de todo el siglo efectúan numerosas adquisiciones de importantes monetarios tanto españoles como extranjeros. Muy ilustrativo del interés por las antigüedades de los monarcas por la ampliación de fondos de esta institución son la incorporación en 1787 de un conjunto de monedas que Carlos III había traído de Pompeya y Herculano, aunque quizás la empresa más ambiciosa fue el viaje que realizó a Italia F. Pérez Bayer entre 1754 y 1759 por encargo de Fernando VI para hacer acopio de manuscritos, antigüedades y monedas.
Curiosamente la autoridad responsable de la Biblioteca Real era el confesor del monarca, papel que en los primeros momentos recayó en diversos jesuitas, como el P. Robinet, quienes, a su vez, designaban al bibliotecario mayor y al resto de los bibliotecarios. La creciente importancia que fue adquiriendo el monetario hizo que Felipe V ordenara venir de Francia para su cuidado primero a Paul Lucas, anticuario del rey francés (1736-1742), y después a un prestigioso numísmata, el jesuita Alejandro Panel (1699-1777), nombrado “anticuario en propiedad”. Éste, como segundo preceptor de los infantes, les introdujo en el conocimiento numismático y en la afición por el coleccionismo, ya que tanto Fernando VI como Carlos III ampliaron e impulsaron el monetario real (Almagro 2010, 164).
Por los distintos cargos de la Biblioteca pasaron figuras tan relevantes para el desarrollo de la Numismática en España como Guillermo López Bustamante Francisco Pérez Bayer, M. Martí, Gregorio Mayans, Martínez Pingarrón, B. A. Nassarre o el P. Burriel.
La Real Academia de la Historia, fundada en 1735, se convierte muy pronto en una institución puntera en los estudios numismáticos en España y su monetario, creado “ex novo” pasa a ser en muy pocos años uno de los más importantes del país. El proyecto primigenio de la Academia era redactar un Diccionario histórico-crítico universal para el cual se debía recoger la documentación disponible y, entre los monumentos más fiables, figuraban epígrafes y monedas. De ahí que decidiera tener su propia colección de monedas y así ofrecer documentación de primera mano a sus investigadores.
La fecha de inicio de la colección numismática puede fijarse en 1751, momento en el que se emprende una verdadera política de recogida de piezas concretada en la compra de un monetario de madera de nogal y en la solicitud a todos los académicos honorarios de piezas para completar la colección.
Aunque el papel del rey Fernando VI en la confección del monetario de la Academia se haya exagerado, en mi opinión, por razones evidentes, hay que decir que a su generosidad se debió la incorporación del famoso tesoro visigodo de Garrovillas en los momentos iniciales de la colección, además de algunas otras piezas sueltas.
Estas no son las únicas instituciones con el título real en su nombre que contaban entonces con monetario propio, aunque de ellas tenemos mucha menos información, como ocurre con el monetario del Real Monasterio de El Escorial, que había sido creado por Felipe II y se encontraba en una sección de la biblioteca junto al salón de verano.
Poco se conoce de los fondos monetarios del Real Gabinete de Historia Natural que menciona el P. Flórez como uno de los más importantes de la nación. En cualquier caso, debe referirse a aquel fundado por Antonio de Ulloa en 1752 y no a su sucesor, inaugurado en 1776 por Carlos III con los variados fondos que componían la nutrida colección del que sería su primer director, Pedro Franco Dávila.
Aparte de estas instituciones, también se documenta la existencia de monetarios en instituciones relacionadas con la enseñanza, como prueba de que el conocimiento de la numismática era un aspecto destacable en la educación más esmerada. En este sentido hay que señalar el Real Museo de Numismática que tenía su sede en los Reales Estudios de San Isidro, creado por Carlos IV en 1790 bajo la dirección de Cándido María de Trigueros y cuyo monetario contaba en su inicio con cuatro mil piezas procedentes de la antigua colección del Colegio Imperial de los jesuitas, aunque a finales de siglo contaba ya con más de veintiocho mil.
También poseían monetario el Colegio de Nobles de Madrid y el de Valencia, las universidades de Oviedo, Valencia, Santiago y el Colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá -constituido a partir de la rica colección del deán Juan Antonio de las Infantas-, el Colegio de educación de Vergara, etc. etc.
Sin duda la afición de los reyes por la numismática contribuyó a la extensión del interés por el coleccionismo de monedas entre las clases más privilegiadas: entre los coleccionistas encontramos nombres de la nobleza, pero sobre todo del clero, de las altas esferas de la administración y de algunas profesiones liberales, como médicos o botánicos, además de militares. Es en este siglo XVIII cuando el coleccionismo monetal se extiende a la burguesía y comienzan a poseer notables monetarios comerciantes como P. O’Crouley, Leyrens o Mosti.
Y de nuevo volvemos a la familia real al citar dos de las colecciones privadas más destacadas de la época, que fueron las formadas por los infantes don Luis y don Gabriel. Este último (1752-1788) era el quinto hijo de Carlos III y Amalia de Sajonia. Su monetario se había visto enriquecido por una parte destacada de aquellas piezas que F. Pérez Bayer había recopilado en Italia durante su viaje por encargo de Fernando VI, que citamos antes. Además, algunas de las mejores colecciones privadas españolas de la época fueron pasando a engrosar sus fondos, como las de Bernardo de Estrada, Livinio Leyrens, Antonio José Mosti y el comendador portugués Vaena. La colección fue adquirida en 1793 para la Biblioteca Real por trescientos mil reales de vellón y siguió el mismo destino que el resto de dicho monetario que, con el trascurso del tiempo, pasó a formar parte del actual Museo Arqueológico Nacional.
A grandes rasgos podemos decir que el siglo XVIII fue un gran siglo para el desarrollo de la numismática en España -más si lo comparamos con las oscuras décadas que seguirían a principios del XIX-, tanto en su avance como ciencia como en la extensión del coleccionismo, y en ambos aspectos tuvieron un papel relevante los diferentes monarcas ilustrados que ocuparon el trono. Por un lado fueron buenos coleccionistas, tanto públicos como privados, creando o manteniendo grandes monetarios que pusieron a disposición de los eruditos interesados, y al mismo tiempo crearon y fomentaron instituciones que difundieron esta ciencia y aún en algún caso lo siguen haciendo hoy en día, como sucede a día de hoy con la Real Academia de la Historia.
Para saber más:
ALFARO, A., 1993, Catálogo de las monedas antiguas de oro del Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
ALMAGRO-GORBEA, M., 2010, Corona y Arqueología en el Siglo de las Luces, Madrid.
GONZÁLEZ DE POSADA, C., 1907, “Noticia de españoles aficionados a monedas antiguas”, BRAH, LI, pp. 452-484.
MARTÍN ESCUDERO, F., CEPAS, A., CANTO GARCÍA, A., 2004, Archivo del Gabinete Numario. Catálogo e Índices, Madrid.
MORA, G., 1998, Historias de mármol. La Arqueología clásica española en el siglo XVIII, Anejos de AEspA, XVIII, Madrid.
RODRÍGUEZ CASANOVA, I., 2012, “La Numismática en la España de la Ilustración”, en M. Almagro y J. Maier (Eds.), De Pompeya al Nuevo Mundo: la corona española y la Arqueología en el siglo XVIII, pp. 157-171.
VV. AA., Tesoros del Gabinete Numismático. Las 100 mejores piezas del monetario del MAN [catálogo de exposición], Madrid, 198.
Isabel Rguez. Casanova
Dra. en Arqueología