Dentro de la serie de los cincuentines, los acuñados en 1623 con motivo de la visita del Príncipe de Gales suman a la rareza numismática una gran importancia histórica. Uno de los tres ejemplares que se conocen en manos privadas saldrá a subasta el próximo 28 de abril en el remate especial de Segovia de Cayón.
Como les venimos avanzando en anteriores ediciones de Panorama Numismático, la próxima subasta especial de Segovia que están ultimando en la veterana firma madrileña Cayón va a ser excepcional. Una de las joyas monetarias que saldrá a la puja es este ejemplar de cincuenta reales de 1623, una emisión de la que se conocen media docena de ejemplares, de los que tres se encuentran en museos.
Gracias a la amabilidad de Subastas Cayón, les ofrecemos a continuación el texto que acompaña a esta pieza en el catálogo de la subasta, con el que se ilustra su enorme importancia histórica.
En nuestros más de 50 años en la numismática, es la segunda ocasión que podemos ofrecer una de las monedas más evocadoras de la historia. Es además uno de los pocos cincuentines que fue laminado con total seguridad por encargo regio y no como fruto de acuerdos del Ingenio con mercaderes o nobles. También es el único 50 reales de este conjunto que se hizo con motivo de una visita del Rey. La historia de los cincuentines de 1623, la que le rodea y las relaciones entre España e Inglaterra en el primer cuarto del XVII, son merecedoras de un trabajo más amplio pero, con el texto que ofrecemos, esperamos al menos dar más luz a unos meses apasionantes de 1623.
Las negociaciones de matrimonio de las Coronas de Inglaterra y España se habían iniciado en tiempo de Felipe II, que había casado por poderes con María Tudor en 1554. Hacia 1611 Felipe III las continúa, no sin problemas porque el rey había prometido a la infanta Ana con el descendiente del rey de Francia, Luis. Aunque Felipe IV las retomó tiempo después, su prolongación inquietaba a la Corte inglesa y en especial al joven Príncipe de Gales, Carlos Estuardo, futuro Carlos I, único hijo varón del rey Jacobo I (fig. 1: Carlos I de Inglaterra (1600-1649), rey de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda, en su madurez, años después de su estancia en España. Colección: age fotostock. Licencia de uso: Derechos Protegidos. Fotógrafo: Classic Vision). En una decisión inédita -al parecer propuesta por el antiguo embajador de España en la corte inglesa, Conde de Gondomar (1567-1626)- el Príncipe, que contaba 23 años, su favorito, George Villiers, futuro Duque de Buckingham, y solo dos asistentes de la máxima confianza, viajaron de incógnito por toda Europa hasta Madrid. Una visita a la corte, que finalmente duraría seis meses, sería el acicate que cerraría los acuerdos para el casamiento con la infanta María Ana (1606-1646), hija menor de Felipe III. (Para los aconteceres de los ingleses en la corte, y una visión de la Europa de momento, seguimos fundamentalmente: “La estancia en Madrid de Carlos Estuardo, Príncipe de Gales, en 1623: Crónica de un desastre diplomático anunciado”, Rafael Iglesias, 2001, Benedictine University, Lisle, Illinois, EEUU).
El viaje a España, del que el rey Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra era contrario pues sabía de la imposibilidad de cualquier acuerdo y sobre el que tenía enormes reticencias y temor a un posible secuestro, es una de esas historias caballerescas que por sí sola podía ocupar un libro. Todo se organizó en secreto. Carlos, Villiers y los dos ayudantes, partieron de Londres el 28 de febrero ocultos tras barbas postizas y bajo los nombres de Jack y Tom Smith. Tras diversas persecuciones y algaradas en las que, no a disgusto, se vieron involucrados (como por ejemplo colarse en París en el palacio de Luis XIII sin presentarse debidamente o encararse a unos soldados españoles en una discusión sobre la belleza de las mujeres españolas e inglesas), el noble y el príncipe, que por impaciencia habían dejado en el camino a los asistentes, llegaron a Madrid el 17 de marzo.
La llegada es prontamente conocida por el Conde Duque que era vecino en la calle de Alcalá del embajador inglés Lord John Digby, conde de Bristol, en cuya vivienda en un primer momento se alojaron los jóvenes ingleses nada más llegar, en la casa que hoy se conoce como la de las siete chimeneas. La tarde del día 18 el Conde Duque y Buckingham mantuvieron una primera reunión en la que se decidió que los reyes pasearían por Madrid en carroza abierta el día siguiente, domingo 19 de marzo, para que Carlos pudiera ver a la infanta; ésta, para ser más fácilmente localizada por el inglés, llevaba una banda azul decorando su brazo. Esa misma tarde de domingo, el príncipe Carlos y el rey Felipe tuvieron oportunidad de conocerse bajo el amparo y el secreto de un coche cubierto.
Indica Iglesias en su trabajo que el viaje no se debe únicamente como un asunto de política exterior (la boda de dos hijos de reyes) sino que la lectura debe hacerse también en un plano de política interior. Las relaciones de Jacobo con el parlamento se habían vuelto tan distantes que el rey había decidido su clausura a principios de 1622 y una posible boda con la infanta de España permitiría un enorme desahogo a la situación de su yerno Federico (que contaba con el apoyo del pueblo y el parlamento ingleses) que había visto cómo el Bajo Palatinado había sido ocupado por los españoles en 1620. Como más adelante veremos, el príncipe Carlos descubrirá al final de su estancia en España la nula intención de ceder en este aspecto. Por su parte, el rey Felipe veía en las negociaciones abiertas una manera de impedir a Jacobo la concreción de acuerdos con los enemigos de la corona de España y un lejano rayo de esperanza de ver a Inglaterra de nuevo dentro de la iglesia católica.
Realmente, el Rey y Gaspar de Guzmán se oponían a cualquier unión por un motivo fundamental para la política española desde tiempos de Felipe II: la religión. Que fuera el mismo Príncipe el que viajara a Madrid para negociar el asunto –algo totalmente impensable en el tiempo– provocó grandes esperanzas en ambos sobre la conversión de Carlos (cosa que ya el difunto Felipe III consideraba condición indispensable), pero nada más lejos de la realidad. De hecho, desde el momento en que se dieron cuenta de la nula intención del inglés a este respecto –cosa que al parecer sucedió la tarde del 19 de marzo cuando el Conde Duque preguntó abiertamente a Buckingham si Carlos tenía intención de convertirse y recibió un rotundo no por respuesta– todos los movimientos hispanos se encaminaron a la ruptura de cualquier posible acuerdo si éste tenía visos de producirse. La pretensión española era hacer esto de la manera más sigilosa al ser su intención echar la culpa del fracaso al inglés. La postura española, por tanto, no fue clara; mostraba en ocasiones grandes esperanzas y a continuación ponía todo tipo de trabas, hasta el punto de escribir al papa secretamente para solicitarle que no concediera la dispensa a la boda con un no católico cosa que, por otro lado, solicitaba formalmente siguiendo los acuerdos con Carlos. La situación torna rocambolesca pues al día siguiente del encuentro, el lunes 20 de marzo, Olivares llega a decir a los ingleses que si el papa no accedía al casamiento (cosa que de manera extraoficial hemos visto que solicitaba), el rey daría a la infanta como querida del príncipe. Éste, inmediatamente, ese mismo día, escribió a su padre, para su espanto, diciendo que estaba dispuesto a reconocer en público la autoridad del papa.
En cualquier caso, la recepción al Estuardo fue grandiosa, entre otras cosas porque se pretendía envolver en buenas palabras y festejos lo que se sabía no resultaría (fig. 2: El rey Felipe recibe al príncipe Carlos, repárese en la divertida escena al fondo. Grabado anónimo. Broadside in the collection of the Society of Antiquaries. An illustration from Colección: Heritage Image. Licencia de uso: Derechos Protegidos. Fotógrafo: The Print Collector).
Se ofrecieron bailes, teatros (el primer drama de Calderón “Amor, honor y poder” se escribió a tal efecto) o mascaradas, así como toros y cañas en la Plaza Mayor (fig. 3. Fiesta de toros en la Plaza Mayor de Madrid. Los toros eran la fiesta más popular en el Madrid que recibió al príncipe Carlos. La Plaza Mayor, donde se celebraban, conservaba a 50 años después de la visita de Carlos una apariencia muy similar a la que recibió al inglés. Escuela Madrileña, Corrida de toros en la Plaza Mayor de Madrid, ca.1675, Óleo sobre lienzo, 105 x 150 cm. Cortesía Colección Abelló) y, de paso, se liberaron piratas ingleses de las cárceles. De los célebres juegos de cañas y toros se conoce “El «Elogio descriptivo» escrito con motivo del famoso juego de toros y cañas celebrado en Madrid en Agosto de 1623” de Juan Ruiz de Alarcón. (La vida en Corte y el aparato y ceremonia de este momento está magníficamente reflejada en “Madrid, Urbs Regia. La Capital ceremonial de la monarquía Católica”, María José del Río Barredo, Madrid, 2000).
Por último, se trazó un plan para exponer a los visitantes ingleses (cuyo número fue creciendo con el paso de los días al llegar cortesanos de Inglaterra) al ritual y prácticas católicas, como ver, supuestamente en secreto, a Felipe alimentando a necesitados, presenciar una procesión del Corpus, encontrarse en la calle a una serie de arrepentidas de camino a su nuevo hogar o asistir a discusiones teológicas en el convento de San Jerónimo. En la tercera de estas reuniones, el 3 de mayo, Buckingham se levantó de su asiento y se marchó tras pisotear su sombrero.
El rey dictó un pregón el día 22 (fig. 4) en el que se decía que durante la estancia del príncipe se autorizaba de nuevo a engalanar las telas de los trajes con oro y plata, así como a lucir vestidos bordados, llevar lechuguillas (recordemos que este mismo año de 1623 los cuellos de lechuguilla fueron mandados sustituir por las golillas que eran mucho más baratas y menos ostentosas) y puntas en los puños y mantos. Así mismo se permitió mostrar los cuellos de mayor porte que el establecido puesto que se había determinado un diámetro máximo al llegar a extremos ridículos que incrementaban enormemente el gasto en blanco de españa, usado para su blanqueo. Leyendo este pregón de finales de marzo, es comprensible la carta (de fecha 25 de abril, del antiguo calendario inglés, es decir diez días más tarde en el español) que reproducimos de Villiers al rey de Inglaterra en la que le pide diamantes y cadenas para lucir en forma de collar y poder regalar a la amada (sic) de Carlos (fig. 5: Carta de Villiers, Duque de Buckingham al rey Jaime en la que solicita el envío de joyas para la “amada” de Carlos. 25 de abril de 1623. Colección: Heritage Image. Licencia de uso: Derechos Protegidos. Fotógrafo: The Print Collector).
Aunque la entrada solemne se estableció que fuera el día 26 de marzo, existe en el Museo Municipal de Madrid una estampa con fecha del día 23, quizá reflejando la posesión de los nuevos aposentos. En ella se ve el cortejo frente al hoy extinto Alcázar de Madrid (donde se alojaron Carlos y sus acompañantes) pasando al lado de un escenario en el que se representa uno de los teatros escritos para tan ilustre ocasión (fig. 6: Grabado anónimo con la entrada de Carlos a sus aposentos del Alcázar de Madrid, 23 de marzo de 1623, a la izquierda una de las escenas de teatro que se pudo ver esos días en la Corte. Museo Municipal, Madrid).
En el mes de mayo llegó la esperada respuesta del Papa. Accedía a la concesión de la dispensa pero exigiendo una serie de privilegios en favor de los católicos ingleses que Carlos no podía admitir, lo cual hubiera sido la excusa perfecta para la corte española, que pretendía echar la culpa al papa Gregorio XV de la ruptura de las negociaciones. Pero Carlos, bien realmente enamorado de la Infanta María o demasiado orgulloso para abandonar, deseaba el matrimonio y, desde este momento, cede continuamente en las conversaciones. El príncipe llegó a la desesperación y un día se presentó en la Casa de Campo donde sabía que estaba la infanta; así se relató el bochorno: “A 27, este día andando por la mañana la Señora Infanta doña María paseando por el parque tomando el acero, que andaba opilada, quiso pasar a verla el Príncipe por los jardines de su cuarto y, habiendo hallado la puerta cerrada, pidió a los guardias que le abrieran las puertas, y, no le obedeciendo, saltó por encima de las paredes. Anduvieron los guardadamas y mayordomos a detenerle suplicando a su Alteza se volviese a salir. Hubo algunas réplicas, a que se dejó convencer diciendo que un viejo había podido más que un mozo. La señora Infanta no volvió la cabeza ni se dio por enterada”.
A partir de entonces los acontecimientos se aceleran. A los pocos días Carlos recibió un poder de su padre por el que accedía a rubricar todo lo que acordara su hijo. En el mes de junio Jacobo recibe a lord Cottington que acaba de llegar desde Madrid. Inmediatamente escribe a su hijo una carta emocionada diciendo que “mi consejo es una sola palabra: que volváis prontamente, si es que se os permite partir, y que abandonéis todo lo tratado. Y yo digo que se os ofrezca alguna garantía, porque temo que no volveréis a ver a vuestro viejo padre si no volvéis antes del invierno. ¡Ay! Yo ahora me arrepiento de haberos dejado partir; yo no me preocupo ni del matrimonio ni de nada con tal de que os estreche todavía entre mis brazos”. El día 16 de julio Carlos puso en conocimiento del Conde Duque esta misiva y Olivares le dijo que no ponía impedimento en su regreso, citándose con el rey al día siguiente. Cuando todos pensaban en un adiós, Carlos dijo a Felipe que aceptaba todas las peticiones hispanas por lo que la boda parecía un hecho antes de la Navidad. El día 30 Jacobo juró respetar los artículos del acuerdo aunque a los pocos días (el 20 de agosto) envío una nueva misiva que se conserva en el British Museum en la que expresa con contundencia: “que vengas con ella o sin ella (…) [puesto] que la obediencia al padre está por encima del amor a la amada” (fig. 7: Carta del rey Jaime en la que el monarca ordena a su hijo regresar al Reino Unido “con tu amada o sin ella”. 20 de agosto de 1623. Facsimiles of royal, historical, literary and other autographs in the Department of Manuscripts, British Museum: Series I-V. (London, 1899). Código: HEZ-1272842. Colección: Heritage Image. Licencia de uso: Derechos Protegidos. Fotógrafo: The Print Collector).
Después de repetidos enfrentamientos fundamentalmente por causa de la religión, añagazas (como la realizada por los españoles que interceptaron los correos de Carlos desde el principio, cosa que lógicamente sentó muy mal al príncipe al saberlo) y burlas entre los ingleses y la Corte española, el 7 de septiembre Carlos y Felipe juraron cumplir condiciones de un acuerdo de matrimonio poco beneficioso para los ingleses, dejando a Bristol un poder para rubricar la boda una vez llegada la nueva dispensa papal pues el Papa había fallecido y se esperaba la nueva de Urbano VIII. El 8 Carlos se despide de la Infanta y el 9 parte con Felipe camino de El Escorial.
En medio de esta celebración Felipe IV envió el 4 de septiembre una orden al Ingenio “Hareis prevenir en el Alcáçar de Segovia, pólvora y todo lo demás que fuere necesario para que se pueda hazer salva con la artillería que ay allí, quando llegare el Príncipe de Gales, que será dentro de pocos días”. El 12 de septiembre Felipe y Carlos se despiden dejando en el lugar de la separación una inscripción recordatoria.
La boda por poderes se fijó para el día 6 de diciembre pero tres días antes Bristol recibió orden de posponerla hasta que Felipe cediera en lo que respectaba a la postura de España con el Palatinado. Esto se tomó como una ofensa en la corte madrileña y todo quedó en suspenso. Desde la coronación de Carlos como rey de Inglaterra, el 26 de marzo de 1625, el rey se tomó las relaciones con España con especial inquina, ordenando a los pocos meses de su toma de poder el ataque a la ciudad de Cádiz. Esta moneda de 50 reales de 1623, pues, conmemoraría la visita de Carlos a España y, lo que es más importante, cerraría de forma gloriosa los acuerdos matrimoniales firmados la semana anterior y sería el regalo de despedida a los ingleses que dejaron España desde Santander el día 28, no sin antes ver cómo el bote que llevaba al príncipe a su barco naufragó.
En cuanto a la plata destinada a la laminación, se juntó por un total de 100 kg obtenidos del depósito existente en la Casa Vieja (esa presencia explica que los duros recortados de la Casa Vieja del primer lustro de 1620 no sean tan raros). Su fundición comenzó el día 11 y en carta de Andrés de Losada, fedatario del acto de laminado, con fecha 14, se indica que ya se había hecho todo el trabajo para entonces (ver la transcripción del trabajo de Murray). No podía ser de otra manera, como ya vimos Felipe y Carlos se habían despedido el 12, aunque sabemos, como veremos más abajo, que el día 13 el príncipe de Gales seguía en Segovia.
A partir de aquí, pasamos a transcribir el apasionante relato que nos ha tenido la enorme amabilidad de ceder Glenn Murray:
“La visita del Príncipe tuvo lugar el día 12 ó 13 de septiembre de 1623 [a nuestro juicio quizá habría que pensar también en el día 11]. En este caso el presidente de Hacienda en Madrid envió al Ingenio, en propia mano del comisario Luis de Torres, 452 escudos sencillos, 348 escudos de a dos, y 100 escudos de a cuatro, todo en moneda vieja, más dos cadenas y dos rieles de oro, como parte de lo que se necesitaba para realizar la fundición. El nuevo teniente de tesorero, Juan Fernández Rialego de Ayala, buscó por su parte más de 7 kilos de oro en Segovia, reuniéndolo entre monedas viejas y algunas cadenas de oro que le habían prestado varios segovianos. En suma, se reunió algo más de 12 kilos de oro para fundir y acuñar en piezas nuevas en presencia del príncipe. Para la plata que era necesaria, el teniente de tesorero sacó 106 kilos en moneda de plata acuñada a martillo, procedente del señoreaje de las labores de unos mercaderes en la Casa Vieja, fundiendo y enrielando todo, aunque sólo se acuñó la tercera parte de esto en presencia del príncipe, y el resto durante los días posteriores.
El secretario de la jornada, en carta del 14 de septiembre, informó al presidente de Hacienda sobre la suma de dinero en las nuevas monedas que el príncipe de Gales había distribuido gratuitamente: “La Junta que por mandado de Su Magestad viene acompañando al señor príncipe de Gales, me ha ordenado avise a vuestra excelencia, como en cumplimiento de la orden que dio Su Magestad, para que entrando el dicho señor prínçipe ha veer la Casa de la Moneda del Nuevo Ingenio desta ciudad de Segovia, se le ofreçiese el oro y plata que se labrase en ella, para que Su Alteza la repartiese entre sus criados. Se gastaron en ello 17.843 reales y medio (…)”.
Respecto a las monedas de oro acuñadas en presencia del príncipe, recogemos lo que el escribano apuntó en su testimonio, que nos indica que se acuñaron 7 centenes. De estos centenes, el príncipe distribuyó 3 entre su séquito, y el comisario, más tarde, llevó los 4 restantes, así como 25 piezas de a ocho escudos, a Madrid: “Y asimismo, doy fee que abíendose labrado 7 doblones del dicho oro, cada uno de a çien escudos, Su Alteça del señor príncipe de Gales los destribuyó y dio, estando dentro del dicho Yngenio con muchos caballeros que le acompañaban. Y oy, día de la fecha desta fee [15-septiembre-1623], el dicho Juan Fernández Realiego de Ayala [teniente de tesorero], entregó al dicho Luis Torres (para llevar a Madrid), 600 escudos de oro: los 400 dellos en 4 doblones de a çiento cada uno, y los 200 escudos en doblones de a ocho cada uno, y de ellos dio reçivo el dicho Luis de Torres”. Estos 25 escudos de a ocho probablemente eran para miembros del Consejo y Cámara del rey.
En cuanto a los escudos de a ocho, consta como veremos, que el príncipe y sus acompañantes también se llevaron buena cantidad de estas piezas, pues según otro testimonio “(…) que en el mes de septiembre de este dicho año de 1623 se labraron 156 marcos y tres onças [36 kilos] de plata en rreales de a çincuenta y de a ocho, y más 53 marcos, 7 ochavas y 4 castellanos y 9 granos [12 kilos] en doblones de a ocho y de a çiento para la buena venida de Su Magestad y señor príncipe de Gales (…)”. Así pues, con esta cantidad de oro, restando los 7 centenes, se podían haberse acuñado 369 piezas de a ocho escudos, a pesar de lo cual, hoy solo conocemos el ejemplar conservado en el Banco de España y otro ejemplar en manos privadas cuya fotografía conserva el Archivo Cayón.
Sobre las monedas de plata acuñadas en presencia del príncipe, el escribano apuntó que eran 30 kilos en monedas de cincuentines así como piezas de medio reales, y que los “(…) ofiçiales dijeron aberlos destribuidos Su Alteza del señor prínçipe de Gales, estando con otros cavalleros de la Cámara de Su Magestad y estranjeros en los obradores, e yo, el dicho scrivano, bi a Su Alteza destribuir y arrojar algunos reales de a çinquenta (…)”. Si suponemos que de estos 30 kilos se hubiera acuñado 15 kilos en medios reales y los restantes 15 kilos en cincuentines, esto hubiera resultado en 8.721 medio reales (veremos a continuación que el príncipe llevó 4.000 piezas) y 87 cincuentines.
Al parecer, después de la visita, los restantes 6 kilos de plata fueron acuñados en piezas de a ocho reales (alrededor de 218 piezas), para terminar de labrar el restante del metal enrielado, como consta en el documento anterior.
Existen también otros documentos que relatan el acontecimiento, recordando cuando “(…) fue necesario labrarse a mucha priesa, monedas gruesas y diferentes, de doblones de a cien, reales de a cincuenta, y otras, como fue en la benida a estos Reynos el legado de su santidad, prínçipe de Gales y otros potentados”. Otro documento es un memorial de 1634, del teniente de tesorero que fue a la sazón (y fugitivo de la justica desde 1634 por sus cuentas en la Ceca): “Joan Fernández Realiego de Ayala, que ansí se llamó en el siglo, y oy fray Juan de San Josefe, rrelijioso en el convento de San Jerónimo (…)”. El que fue teniente de tesorero y ahora es fraile en el Monasterio de El Parral, sito frente a la Ceca al otro lado del río, solicita en este memorial el puesto de Veedor de las Obras Reales en Segovia para su sobrino, Juan Realiego de Ayala. El tío escribió una memoria de sus servicios al rey, en la que advierta “(…) por ser tantos y escusar prolijidad, solo aré mención de algunos (…)”
Continúa: “Quando ubo de pasar por la dicha ciudad de Segovia el príncipe de Gales, rey de Ynglaterra, hiço otros dos servicios muy grandes y particulares porque no avía en el Rreal Ynjenio moneda ninguno, plata, oro ni bellón. Escrivió el conde duque de San Lorencio el Rreal, estando allí Vuestra Magestad, que procurase el dicho tesorero juntar la plata y oro que fuese posible para monedas exscelentes, que biese hacer y tomase el príncipe, porque si no lo procuraba, sería obligarles aquel y los grandes que venían con Vuestra Magestad, ynbiasen sus joyas y cadenas para ello. Y el dicho tesorero, deseando servir a Vuestra Magestad, puso tanta dilijencia que en seis oras juntó más de 20 livras de oro y 300 marcos de plata, con que el príncipe bio aquella Casa y las monedas exscelentes y quedó contentísimo”.
“Teniendo horden el dicho tesorero que se le pusiesen y distribuyese el príncipe asta 4.000 ducados [44.118 reales], andubo tan vijilante y cuydadoso que no se gastaron 19.000 reales, con dar a todos sus privados, a uno, y a dos, y a tres doblones de a cien, y a toda la demás de jente muchos doblones de a ocho, y una fuente de rreales de cinquenta que arrojó, y 2.000 reales que gustó de llevar en medios rreales. De todo lo dicho dio testimonio y certificación al conde de Monterrey, cardenal Çapata, conde de Barajas y de Bondomar, los quales le onrraron mucho e ycieron estima grande del gusto que avía recivido el príncipe y de lo que se avra aorrado del gasto, en lo qual tubo exscesivo travajo por aver de satisfacer a las personas que le avían prestado el oro y lo demás”.
“La merced que estos señores le hicieron fue darle graçia y que en qualquiera ocasión Su Magestad se lo satisfaría y mandaron a don Andrés de Prado, secretario de la jornada, le diese un decreto para que en su rresguardo se le diese una zédula rreal que ningún contador ni el Tribunal de la Contaduría Mayor le pidiese quenta de este gasto por quanto le avía echo en servicio de Vuestra Magestad con toda fidelidad y berdad”.
El ex-tesorero continúa: “Demás de esto, en esta misma ocasión el marqués de Montesclaros le escrivió en nombre de Vuestra Magestad como avía mandado fuesen aconpañando a el dicho príncipe 12 jentiles honbres de su real boca y avía mandado Vuestra Magestad les diesen a cada uno 400 ducados para la jornada y que aunque en el Rreal Ynjenio no avía a el presente ningún dinero, quedava confiado que yo los despacharía entretanto que ubiese dinero de donde poderme hacer pago y que en ello aría servicio a Vuestra Magestad. Y este suplicante lo yço con tanta puntualidad y obediencia que entrando el príncipe a las dos de la tarde en dicha ciudad y en medio de tantas ocupaciones puso tanta dilijencia que a las dos de la noche ya los tenía todos despachados, de lo qual es savidor Jerónimo de Canencia y ansí los dejo de nombrar a dichos jentileshonbres. En muchas otras ocasiones el dicho tessorero se señaló en servicio de Vuestra Magestad quando pasó por esta dicha ciudad el duque de Umena y otros potentados”. Cerramos la sabrosísima cita de Murray.
Que este soberbio 50 reales se realizara en presencia del Rey Felipe, El príncipe Carlos, El Conde Duque, Buckingham (que llegó casi a las manos con Olivares el día de la laminación pues entre otras cosas se decía que hacía la corte a la mujer del Conde Duque), el Conde de Monterrey, el Cardenal Zapata o los Condes de Barajas y Gondomar es cosa que debe emocionarnos. Imaginemos además la entrada de la corte y sus ilustres invitados entre las salvas que el rey había ordenado…
Para dar por cerrada la estancia de Carlos en España, queremos hacer referencia a la copia en español de una carta del príncipe escrita a Felipe en Segovia el día 13 de septiembre y que se conserva en Folger Shakespeare Library de Washington (fig. 8: copia en español de la carta del príncipe Carlos al rey Felipe escrita uno o dos días después de la visita al Ingenio y de la labra de este cincuentín. Segovia, 13 de septiembre de 1623. By permission of the Folger Shakespeare Library under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0 International License). Tomando distancia de todos los meses de problemas y enfrentamientos, Carlos se despide del rey con las mejores palabras: primero dice entender el motivo del rey para no acompañarle a Santander (desde donde ya vimos que salió camino a Inglaterra) “[estando] SM la Reyna tan adelantado en su preñado y habiendo tan grandes calores fuera a poner el aventura la salud de SM y yo deseo que la tenga muy segura y cumplida porque el Rey mi señor mi Pe y a mi nos importa esta como lo he experimentado en el amor y afectos de SM”; aquí el príncipe se refiere al embarazo de la Reina Isabel de Borbón que daría a luz a la infanta Margarita María Catalina el 25 de noviembre de 1623 y que fallecería el 29 de diciembre. Un poco más adelante insiste en lo fundamental “tengo firme y constante resolución de cumplir todo lo que mi Pe y yo hemos tratado y acordado con SM pero de hacer todo lo demás se a ministir para estrechar y ligar todo quanto sea possible la hermandad y sincera amistad con SM y aunque todo el mundo junto se oponga a querella no podrán con mi Pe y conmigo hacer ningún efecto”.
Del viaje de Carlos a España quedó una enorme huella. En la numismática, su gusto por las monedas de ostentación, acuñadas años más tarde en las cecas de Shrewsbury y Oxford. Por lo que se refiere al arte, y como veremos más abajo, se sabe que el príncipe adquirió importantes obras (entre pinturas y esculturas) que formaron parte de la fabulosa colección del rey Carlos que Felipe recuperó en la venta pública posterior a su caída, y hasta el gusto, que comienza entonces, de la corte inglesa por el caballo pura sangre.
Finalmente para acabar el comentario de esta notable moneda, queda preguntarse; ¿cuánto dinero eran 50 reales en 1623? En una vida rodeada de lujo como la de Carlos en Madrid, realmente parece que 50 reales no era mucho dinero. Haciendo notar que la vida cortesana nada tenía que ver con la vida de a diario en la corte, donde la moneda de uso normal era la de cobre, sí que podemos dar algunos datos: sabemos que Carlos adquirió o quiso adquirir diversas obras del legado de los Leoni (Léon y Pompeo, padre e hijo respectivamente); por ejemplo, no le vendieron una Madonna de Correggio por la que ofreció 2.000 escudos pero sí que adquirió en 50 reales una Venus de yeso quizás de mano de los Leoni…
Unos años antes, en 1605, la tasa de privilegio de la edición facsimilar de la príncipe del Quijote, que se vendía como los libros de su tiempo por pliegos a tantos maravedíes, eran 250 maravedís.
En agosto de 1623 Velázquez pintó su primer retrato de Felipe IV y un retrato, hoy desgraciadamente perdido, del príncipe de Gales. Este mismo año, y con un sueldo de 20 ducados al mes, entra a formar parte de los pintores de la corte.
Texto: Subastas Cayón.
Derechos y procedencias de las imágenes: v. notas a cada figura.