En la segunda mitad del siglo XVIII destaca la obra de un pequeño grupo de filósofos, científicos naturalistas, prelados, profesionales liberales y economistas, que no formaron ninguna escuela. Sus obras son independientes, y tomaron prestado tanto de los otros autores españoles como de los extranjeros, dedicando más atención a las reformas institucionales necesarias que a las especulaciones abstractas. Junto con las reformas monetarias, los temas tratados por estos autores fueron las reformas en la agricultura, industria y comercio, así como la instauración de impuestos más justos.
En este contexto hay que situar a las Sociedades de Amigos del País, cuyas actividades están documentadas en ensayos voluminosos, actas de sesiones y diarios. Entre los reputados profesores que prestaron sus servicios en el Seminario de Vergara se encontraban Francisco de Chavaneau, descubridor de la purificación y aplicación del platino, los hermanos Elhúyar o el sueco Andrés Nicolás Thunborg Hook, que redefinió las técnicas de purificación del platino. La lista de sus miembros, recogida por Ortiz, incorporaba a los más reputados pensadores ilustrados españoles y extranjeros, así como a importantes grabadores como Tomás Francisco Prieto y Gerónimo Antonio Gil.
De entre los autores de la segunda mitad del siglo, algunos volvieron su vista al pasado, como Antonio de Capmany, Eugenio Larruga o Ignacio Jordán de Assó. De la obra de este último destaca su Historia de la Economía Política de Aragón, una importante fuente para conocer la circulación y el derecho monetarios de este reino. Juan Sempere y Guarinos y el Conde de Campomanes reeditaron los escritos de los autores del siglo XVI. El abate santanderino Miguel Antonio de la Gándara publicó en 1760 su obra Apuntes sobre el bien y el mal de España. Según este autor:
Entra (por decirlo mejor) el oro y la plata en España á pequeños riachuelos, y sale á grandes océanos. Regionem vestram coram vobis alieni devorant.
Y si no decidme, ¿no se descubrieron las Indias el año de 1492? ¿No han corrido hasta el de 1759 doscientos setenta y siete años? ¿no es cosa sabida que uno con otro han producido á lo menos treinta y ocho millones de pesos fuertes? ¿no suman estos productos diez mil ciento quarenta y seis millones de la misma moneda? Si: pues respondedme ahora, si están en España ó fuera de ella?
Otro escritor que introdujo en España el pensamiento económico europeo fue Bernardo Ward, que fue asimismo director de la Casa de la Moneda y Ministro de la Junta de Comercio y Moneda. Tras un viaje por Europa por encargo de Fernando VI, escribió su Proyecto económico entre 1756 y 1762, si bien no fue publicado hasta 1779. Entre sus propuestas en materia monetaria encontramos una nueva mención a la idoneidad de la introducción de moneda de cobre en las Indias españolas, prácticamente idéntica a la de Cossío, así como la recomendación de la separación del oro contenido en las platas introducidas en la Casa de Moneda de México por medio de aguafuerte, lo que podía rentar, estimando unas entradas de catorce millones de pesos de plata, veintiún millones de reales de vellón en oro, y aunque no fuese más que la cuarta parte de esta cantidad, sería una magnífica producción.
Don Pedro Rodríguez de Campomanes es sin duda una de las figuras más importantes de la segunda mitad del siglo. Abogado y Académico de la Historia, ocupó los cargos de Director General de Correos, Ministro de Hacienda y Presidente del Real Consejo de Castilla. Campomanes, que a juicio de Hamilton fue uno de los más capaces economistas y más grandes ministros de la historia de España, se jactaba en su Apéndice a la Educación Popular de que uno de sus mayores logros había sido el de haber evitado la inflación derivada de la emisión de papel moneda en otros Estados europeos.
El valenciano Enrique Ramos escribió en 1769, bajo el seudónimo de Antonio Muñoz, su Discurso sobre economía política. Estudió la moneda como medio para facilitar las operaciones del comercio en general. Definía la moneda como metal dividido en partes mínimas, cuya estimación señalaba la ley y cuya divisa era el escudo del Soberano, a quien competía en exclusiva esta prerrogativa, siendo su interés uno con el de sus vasallos en su buena ley. Para este autor, cualquier alteración en el dinero como cosa resultaba igualmente en el dinero como signo de las cosas, y fijar el premio del dinero, que era una tasa, no era el medio de conseguir la abundancia, que era la que a su entender abarataba las cosas.
Recogía igualmente que como los metales en el comercio interior de los Estados circulaban como signo, o moneda, según su valor extrínseco, y en el comercio exterior sólo se admitían por su valor intrínseco, el del metal que las monedas contenían, si la proporción entre ambos valores no era la misma en los Estados que mantenían relaciones comerciales, se podían ocasionar alteraciones y perjuicios. Por tanto, fabricar moneda que tuviese intrínsecamente más valor que como signo era un error involuntario en las Casas de Moneda, pero muy perjudicial, dado que se produciría su extracción por contrabando y se podría falsificar. A su entender, sólo hacía función de signo la cantidad de metales que correspondían al comercio de una nación, considerando el resto como mueble estéril. Si una nación, en el caso de tener más metales que comercio, prohibiese la extracción de capitales se equivocaría, dado que “…dentro es inútil, y puede ser productivo fuera”. Tras estudiar la moneda metálica, se dedicó al análisis de las Letras de Cambio y de los Bancos.
En esta misma época encontramos la obra del catalán Francisco Romà y Rosell, que publicó en 1768 Las señales de la felicidad de España y medios de hacerlas eficaces, en la que defendía postulados similares a los de Campomanes y Ward. Para este autor, las malas consecuencias de la abundancia de los metales preciosos nacían del supuesto de que dicha abundancia sobrepasase los límites de su proporción relativa, no solamente a las necesidades del reino y al número de consumidores sino también a la estimación que tuvieran en los países extranjeros. Afirmaba que si en España dieciséis millones de personas necesitasen doscientos millones de pesos en circulación para acudir a sus urgencias, con unos precios que imposibilitasen la mayor baratura de las manufacturas extranjeras a igual estimación que tuviese la moneda en los demás países, si se introdujesen otros doscientos millones sin aumentar ni la población ni las necesidades se duplicaría naturalmente el precio de todos los géneros y manufacturas nacionales, logrando la preferencia los extranjeros, mucho más baratos. En este caso, el remedio sería duplicar por medio del lujo el número de necesidades.
Otro autor destacado fue Miguel Gerónimo Suárez y Núñez, Archivero de la Junta de Moneda, miembro de distintas Sociedades Económicas de Amigos del País y de varias Reales Academias, activo traductor de autores franceses como Mollet, Duhamel o Macquer, entre otros, y prolífico y polifacético autor, que entre otros temas propuso un proyecto de creación de un Banco de Manufacturas. Este benemérito traductor, como afirma Aguilar, ni siquiera aparece en las obras de consulta más usuales o diccionarios o enciclopedias de escritores, siendo un escritor que sin ser original, como afirman Riera Palmero y Riega Climent, “…merecería un puesto de obligada cita en la ciencia y técnica española del siglo XVIII, que hasta ahora no ha sido suficientemente valorada”. Suárez fue el autor del Tratado legal theorico y práctico de letras de cambio, obra en dos volúmenes que recogía las ordenanzas de Bilbao, Cádiz, Sevilla, Barcelona y otras plazas españolas, así como las de los consulados y bancos de las principales plazas de comercio europeas, una obra que tuvo gran importancia en la formación del derecho mercantil propio de las nacientes repúblicas iberoamericanas, como pone de manifiesto el hecho de que fuese utilizada y comentada como jurisprudencia.
En sus Memorias instructivas recogía, traduciendo a Condillac, que los metales no eran mercaderías más que cuando se podían hacer con ellos diversas obras, estimarlos por curiosidad y emplearlos para el adorno, y por ser mercancía habían llegado a ser moneda. El oro y la plata no se habían introducido en el comercio por medio de ninguna convención como medio cómodo para los cambios, sino que tenían, como cualquier mercancía, un valor fundado en las necesidades, y por ese valor se habían convertido en la medida más cómoda de todas las demás. Su Tratado sobre el Comercio, y el Gobierno es una traducción de la obra escrita en francés por el Abate Étienne Bonnot de Condillac en 1776, Le commerce et le gouvernement, considérés relativement l’un à l’autre: Ouvrage élémentaire, por la que es considerado uno de los fundadores de la ciencia económica moderna. A pesar de no ser una obra original, sino una traducción, merece la pena estudiar su contenido por la gran difusión que tuvo en su tiempo.
El oro y la plata eran según este autor indestructibles, y tenían un gran valor, que se hallaba proporcionalmente en cada una de sus partes, pudiéndose encontrar en cada porción una medida de cualquier especie de valor. La autoridad pública había venido en socorro del comercio, determinando su título o grado de pureza, dividiéndolos en porciones de un cierto peso cada una e imprimiendo sobre cada una de ellas una señal que atestiguase su peso y título, naciendo con ello la moneda, de valor conocido con sólo mirarla, que evitaba los fraudes y mantenía la confianza en el comercio. Para las compras de menudencias se introdujo la moneda de cobre. El dinero, inútil por sí mismo, dado que sólo con él nadie podría subsistir, era útil por haber sido escogido como medida de todas las cosas, por lo que la cantidad de dinero necesaria para proveerse de todas las cosas necesarias para la subsistencia era para él lo que para el otro los comestibles que se veía obligado a reservar para subsistir él mismo. Y una vez adquiridas las cosas necesarias, el precio de las superfluas era muy elevado, dado que a cualquier precio que se comprasen siempre creía el que las pagaba con dinero sobrante que daba menos por más.
Para mantener el comercio hacía falta poco dinero, al correr el crédito en su lugar, dado que los comerciantes establecidos en diferentes países se enviaban mercancías recíprocamente con mayor precio en los lugares donde se remitían, y las mayores empresas eran por lo regular en las que circulaba menor cantidad de dinero. Pero era siempre necesario dinero para el gasto diario, para el pago de los trabajadores y de los mercaderes que se dedicaban a la compra venta al menudo, siendo por estos canales por donde la circulación era más rápida y sensible, pero que suponía poca necesidad de efectivo. Dado que los metales utilizados en la moneda tenían un valor fundado en su utilidad, que aumentaba o disminuía en proporción de su rareza o abundancia, el hecho de que no siempre pudiese haber la misma cantidad de ellos en el comercio hacía variar sus valores relativos. En cuanto a la cantidad, hacía referencia asimismo a la cantidad considerada relativamente a los usos que de ellos se hacían, como el cobre para las baterías de cobre de las cocinas, o la plata y el oro para vestidos o muebles.
Su Capítulo XIX viene dedicado a De el valor comparado de los metales de que se hacen las Monedas. Recogió, traduciendo las ideas de Condillac, la idea de que metales preciosos debían circular libremente por todos los pueblos de Europa, con lo que serían apreciados por la relación en la que se hallasen el oro en relación a la plata en todas las naciones tomadas en general, “… de el mismo modo que podría juzgarse en un solo Mercado común”, y defendía asimismo que todas las naciones de Europa removieran los obstáculos que se ponían a la introducción y extracción de mercancías.
- Para saber más
AGUILAR PIÑAL, F., “Un traductor de la ciencia ilustrada: Suárez y Núñez”, Cuadernos dieciochistas, 7, 2006, págs. 87-112.
ARDIT LUCAS, M., El Siglo de las Luces -– Economía, Colección Historia de España 3er milenio, Madrid, Síntesis, 2007.
GÁNDARA, M.A. de la, Apuntes sobre el bien y el mal de España, Almacén de frutos literarios inéditos de los mejores autores españoles, T. I, Madrid, Imprenta de la Viuda de López, 1820, pág. 148.
HAMILTON, E.J., “War and Inflation in Spain, 1780-1800”, The Quarterly Journal of Economics, Vol. 59, No.1, November, 1944, págs. 36-77.
SAY, J.B., Tratado de Economía Política, ó exposición sencilla del modo que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas, 4ª ed., trad.de SÁNCHEZ RIVERA, J., T. I, Madrid, Imprenta de D. Fermín Villalpando, 1821.
SMITH, R.S., ’Economist and the Enlightenment in Spain, 1750-1800’, The Journal of Political Economy, Vol. 63, No. 4, August, 1995, págs. 345-348. Se trata de una recensión de la obra del ilustre hispanista francés Jean-–Louis SARRAILH L’Espagne éclairée de la seconde moitié du XVIIIe siècle, Paris, Klincksieck, 1954, págs. vi+779.
SUÁREZ Y NÚÑEZ, M.G., Tratado legal theorico y practico de letras de cambio, Vol. I y II, Madrid, Joseph Doblado, 1788.
SUÁREZ Y NÚÑEZ, M.G., Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid, Tomo XV, Madrid, Imprenta Real, 1788.
SUÁREZ Y NÚÑEZ, M.G., Memorias instructivas, y curiosas sobre Agricultura, Comercio, Industria, Economía, Chymica, Botánica, Historia Natural, &, T. III, Madrid, Pedro Marin, 1778,
ORTIZ DE URBINA MONTOYA, C., “Un gabinete numismático de la Ilustración española: La Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y Diego Lorenzo de Prestamero”, Cuadernos Dieciochistas, 5, 2004, págs. 203-250.
WARD, B., Proyecto económico, en que se proponen varias providencias dirigidas á promover los intereses de España, con los medios y fondos necesarios para su plantificación: Escrito en el año de 1761, Obra Póstuma, 4º Impresión, Madrid, Viuda de Ibarra, 1787.
Pedro Damián Cano Borrego