En 1902 se produjo en Abukir (Egipto), un enclave cercano a Alejandría, el hallazgo fortuito de un tesoro compuesto por veinte grandes medallones, varios cientos de monedas y algunos lingotes, todo ello de oro. Las piezas se dispersaron rápidamente entre la colonia griega asentada en la ciudad, de donde pasaron al comercio. La exposición de Alejandro, abierta actualmente en Madrid, nos ofrece la oportunidad de disfrutar de dos de estas extraordinarias piezas, procedentes de museos de Lisboa y Berlín, donde se encuentran los lotes más numerosos de las medallas.
La ciudad de Abukir, situada en la costa mediterránea, cerca de Alejandría, es conocida por las batallas que se desarrollaron en sus aguas durante las campañas napoleónicas dirigidas al control de Egipto, especialmente la que sostuvo el almirante Nelson en 1799 contra las tropas francesas, también conocida como batalla del Nilo, y la segunda en 1801. Un siglo después, en el transcurso de unas labores agrícolas, en un paraje no muy lejano de unas ruinas posiblemente romanas, se produjo uno de los hallazgos más sorprendentes y controvertidos de la historia de la numismática romana. El tesoro estaba formado por veinte medallones en los que se mostraban imágenes de Alejandro Magno y su familia, seiscientas monedas de oro mayoritariamente de los reinados de Diocleciano, Maximiano y Constancio Cloro y aproximadamente una veintena de lingotes estampillados. Dispersado en el mercado local, una parte considerable llegó a manos de la colonia extranjera establecida en Alejandría, especialmente la griega, y otra viajó hasta Europa. Los medallones fueron ofrecidos a los grandes museos europeos y finalmente sacados a subasta, de modo que hoy podemos disfrutar de ellos en gabinetes de Berlín, Baltimore, Lisboa o en el museo de Tesalónica, el adquirido más recientemente. En concreto, los lotes más numerosos se conservan en el Museo Gulbenkian de Lisboa -once ejemplares-, y en el Bode Museum de Berlín ––cinco-.
Los medallones llamaron rápidamente la atención por su calidad y rareza, aunque no se trataba de piezas únicas: en 1853 en Tarsos, en la antigua región de Cilicia, en otro tesoro de piezas áureas, habían aparecido tres medallones similares junto con otro que conmemoraba los Decennalia del emperador Alejandro Severo (230 d.C.), y que fueron a parar en época de Napoleón III al Gabinete de Medallas de la Biblioteca Nacional de París. Ambos hallazgos suelen ser estudiados en paralelo por las concomitancias que presentan. Desde entonces se han dado a conocer otras piezas similares, aunque en general de menor tamaño.
Sin embargo, la autenticidad de las piezas de Abukir fue objeto de polémica durante muchos años. Estudiosos de la época de su descubrimiento, como G. Dattari o I. Svoronos se decantaron por considerarlos falsos. Hoy en día hay consenso en creerlos auténticos, opinión sustentada básicamente por los paralelos iconográficos que existen con las emisiones coetáneas de las ciudades macedonias, entre otros datos que sería prolijo detallar.
No todas las piezas tienen la misma cronología, sino que parece que fueron fabricadas durante los reinados de Caracalla, Alejandro Severo, Gordiano III y Filipo el Árabe. Estas diferentes fechas vienen dadas por las propias monedas, comenzando por el retrato de Caracalla que figura en tres de ellas, y por los paralelos que los tipos tienen con cuños de emisiones monetales fechadas.
El programa iconográfico que se plasma en estas medallas tiene relación con Alejandro Magno y su familia. Los dos ejemplares que podemos admirar ahora en Madrid nos muestran el primero de ellos en el anverso la imagen de Olimpia, madre de Alejandro, diademada y con un velo que sostiene con su mano izquierda en un delicado gesto, y en el reverso la figura desnuda de una nereida cabalgando las olas sobre un animal mitológico con cuerpo de toro y cola de pez. En el otro podemos admirar un busto de Alejandro con manto y coraza, tocado con un casco de largo penacho en el que puede apreciarse el detalle de una esfinge que lo sostiene y el grabado de una figura de Europa cabalgando sobre el toro como decoración. En el reverso, la figura a caballo del macedonio hacia la derecha, alanceando a un guerrero bárbaro caído en el suelo entre las patas del animal, con la leyenda en griego BASILEUS ALEXANDROS (Alejandro, Rey). Otros temas grabados en estas piezas muestran a Alejandro con la cabeza desnuda, con los cuernos de Amón o diademado, a su padre Filipo, escenas de caza o triunfos militares. Los motivos mitológicos representan a Aquiles, el héroe admirado por Alejandro, o a Perseo, de quien se le quería hacer descender. En menor medida, aparece la figura de Atenea, la diosa patrona de Gordiano III, y de Apolo. También figura en tres de las piezas la efigie del emperador Caracalla.
Cuál era la finalidad de estas magníficas y lujosas piezas aún se discute. En el caso de Tarsos, la opinión más extendida es que se trataba de los premios (Niketeria) ofrecidos por el emperador Gordiano III a los vencedores de los Juegos Olímpicos que se celebraron en Veroia (Macedonia) en el 242 d.C., interpretación que se extendió a Abukir. Contra esta hipótesis cabe decir que ninguna de las piezas alude a los juegos, ni en iconografía ni en epigrafía, como cabría esperar y como ocurre en otros ámbitos y objetos. Recientemente se ha planteado que podría tratarse de donativa destinados a oficiales de alto rango, en los cuales se plasma la figura de Alejandro como modelo a seguir. No podemos olvidar que los emperadores de esta época ––Caracalla, Alejandro Severo, Gordiano III y Filipo el Árabe- están inmersos en las campañas militares de control del Oriente y que Caracalla estaba obsesionado con la figura del conquistador macedonio. Diversos estudios avalan el uso propagandístico de la figura de Alejandro por los emperadores romanos, e incluso se ha llegado a hablar de una “Alejandromanía” desatada en el siglo III d.C. Así pues, estas piezas monetiformes se habrían repartido durante los juegos ecuménicos celebrados en Veroia, pero no como premios a los ganadores. En una línea similar, se ha dicho que podría tratarse de regalos ofrecidos por los jerarcas macedonios a los visitantes de alto rango que acudieron a los juegos. Otro tipo de interpretación totalmente diferente habla del valor de estas medallas como talismanes con carácter mágico.
Respecto del lugar en el que fueron fabricados, de lo que no cabe ninguna duda es de que tanto los medallones de Abukir como los de Tarsos y las piezas sueltas conocidas con posterioridad comparten algunos cuños, lo que induce a pensar en un mismo taller. Dónde estaría situado también es objeto de polémica. Según las últimas investigaciones no puede descartarse la posibilidad de que fuera la propia Roma, si bien otros estudiosos prefieren situar su fabricación en Macedonia, incluso en la propia Veroia.
Para saber más:
K. DAHMEN, 2008, “Alexander in Gold and Silver: Reassesing Third century Ad. Medallions from Aboukir and Tarsos” American Journal of Numismatics, Second Series, 20, pp. 493-546.
I. TOURATSOGLOU, 2008, “Tarsos, Aboukir, etc. Before and after. Once again”, American Journal of Numismatics, Second Series, 20, pp. 479-492.
VV. AA., 2010, Alejandro Magno. Encuentro con Oriente [Catálogo de exposición], Madrid.
Isabel Rodríguez Casanova
Autor/a: Isabel Rodríguez Casanova