Entre las grandes piezas de la subasta de verano de Künker se encuentra un raro ejemplar de cinco libras acuñado en Londres en 1839. Considerada la más hermosa de las acuñaciones inglesas, el tema de “Una and the lion” esconde una compleja alegoría cuyo origen se remonta al siglo XVI y se retoma para la joven reina Victoria.
Aunque detrás de la elección cada tipo monetal suele haber una cuidadosa meditación, pocos temas habrá que escondan una alegoría tan compleja como la de esta moneda de “Una y el león”. Para interpretarla debemos remontarnos al siglo XVI, en concreto a 1590, cuando el poeta Edmund Spenser publica la primera parte de su extenso poema “The Faerie Queene” (“La reina de las hadas”), uno de los más largos en lengua inglesa. Con él pretendía -y lo consiguió- ganarse el favor de su soberana, Isabel I.
En el poema se narran las hazañas de distintos caballeros resaltando sus virtudes, con un lenguaje arcaizante que pretende retrotraer al lector a la época medieval. Las virtudes son la santidad, la templanza, la castidad, la amistad, la justicia, la cortesía y la magnificencia, que guían a los caballeros en sus aventuras por el mundo material. Una de esas virtudes es Una, la personificación de la verdad y de la verdadera iglesia.
En el primero de los libros del poema, Una recluta al Caballero de la Cruz Roja —–que representa a Inglaterra como una especie de reencarnación de San Jorge- para salvar el castillo de sus padres de un dragón. Este caballero también la ayuda en su lucha contra Duessa, la personificación de la falsedad, quien termina sus días decapitada. Finalmente la casta Una se casa con el caballero de la Cruz Roja.
Al mismo tiempo, el poema es una compleja alegoría que permite diferentes estratos de interpretación. Es fácil ver la identificación de Gloriana, la reina de las hadas, con Isabel I, a la que el poeta hace descendiente en línea directa del rey Arturo. También se reconoce fácilmente a la reina María de Escocia en Duessa, la personificación de la falsedad, o, lo que es lo mismo, de la iglesia católica. Las ideas cristianas se mezclan con las leyendas artúricas y el resultado tuvo un enorme éxito, que se plasmaría, por ejemplo, un siglo más tarde en la ópera de H. Purcell.
Casi dos siglos y medio después de Isabel I, otra reina virgen se sentaría en el trono de Inglaterra: la joven Victoria. En 1839, transcurridos dos años de su coronación, la ilusión del pueblo inglés por su joven soberana se había deslucido un poco y a ello habían contribuido aspectos como su cruel comportamiento en el escándalo de Flora Hastings. Esta dama de compañía de la reina fue injustamente acusada de haberse quedado embarazada fuera del matrimonio, cuando en realidad padecía un cáncer de hígado que le costó la vida en pocos meses. La familia de la dama acusó a la reina de difundir el falso rumor del embarazo y de no haber tenido piedad con ella.
En este ambiente no venía mal buscar una buena imagen propagandística para la soberana, y buscando entre las leyendas inspiradas en una idealizada Edad Media, tan de moda de la época, se retoma la imagen de Una, la personificación de la verdad que pasa a ser una casta y pura reina Victoria que conduce con dulzura al león de Inglaterra. Los hermosos cuños de esta acuñación fueron labrados por el escultor William Wyon, grabador oficial de la ceca real británica y heredero de una importante estirpe de grabadores. Sin duda el retrato de anverso de la joven Victoria se encuentra entre sus mejores trabajos, pero tampoco hay que minusvalorar el magnífico diseño del reverso, en el que se contraponen el gesto de la joven Una con la fiereza del león.
Es curioso la variedad de cuños que se conocen de esta emisión entre la escasez de piezas acuñadas. Varían, por ejemplo, el adorno del recogido de la reina, el canto, o incluso la leyenda, que presenta el lema “DIRIGE DEUS GRESSUS MEOS” pero en ocasiones se ha escrito “DIRIGIT”.
No parece que esta moneda llegara a circular nunca como tal, sino que parece que la primera emisión de 1839 se difundió solo entre coleccionistas. En cualquier caso, el volumen de acuñación no superó unos escasos centenares.
De hecho, de la serie de la moneda que estamos viendo, la subastada por Künker, solo se conocen cuatrocientas piezas. Si a esto unimos la belleza y calidad del grabado, no extraña que la estimación de precio se haya fijado en 50.000 euros.
La popularidad de la reina se recuperaría poco después, tras su matrimonio con Alberto de Sajonia-Coburgo y su posterior embarazo, y, aunque esto la igualaba con la mitológica Una que se casa con su caballero, la distanciaba de su antecesora Isabel I, que pasaría a la historia como la reina virgen.
Texto elaborado a partir de la nota de prensa proporcionada amablemente por Ursula Kampmann (Coinsweekly).