El reciente descubrimiento de una moneda de Eduardo VI en Vancouver por un detectorista ha sido recogido en los medios como una prueba de que hay que reescribir la historia de Canadá. Pero aunque nos halaga la importancia que se le da en este caso a la moneda, los hallazgos numismáticos no se pueden interpretar tan a la ligera.
Posiblemente muchos de ustedes conozcan la noticia que se ha difundido en noticiarios numismáticos y de la que se han hecho eco diversos medios de comunicación: a mediados de diciembre del año pasado, un jubilado canadiense provisto de un sencillo detector de metales encontró en las orillas de la isla de Vancouver una moneda inglesa de mediados del siglo XVI. En concreto, se trata de un chelín acuñado entre 1551 y 1553 durante el breve reinado de Eduardo VI, similar al que hemos puesto en portada.
Al parecer estamos hablando de la moneda más antigua encontrada hasta el momento en esta zona de Canadá, por lo que las especulaciones se han desatado y los partidarios de la “teoría de Drake” han recibido el hallazgo con los brazos abiertos.
Según la historia oficial, el primer europeo en avistar las costas del noroeste del Pacífico fue el español Juan Pérez en 1774, en el transcurso de una expedición que intentaba llegar a Alaska. Cuatro años después pasaría por allí el famoso explorador James Cook. Sin embargo, desde hace décadas se baraja la posibilidad de que este honor deba recaer en el corsario inglés Sir Francis Drake.
El hecho se habría producido en el transcurso de su vuelta al mundo cuando, tras abandonar Méjico, navegó hacia el norte intentando encontrar el conocido como paso del Noroeste que comunicaba el Atlántico y el Pacífico. En esta etapa de su viaje, Drake desembarcó en 1579 en un punto indeterminado al norte de Nueva España y fundó un puerto al que denominó Nueva Albión, donde reparó sus naves y comerció con los indígenas, y cuya localización exacta no se dio a conocer para mantenerlo a salvo de los españoles. Como es de suponer, la localización de Nueva Albión ha dado lugar a mucha literatura: si bien la identificación oficial es la cala de Drake, en el condado de Marin (California), se han barajado también la punta de San Quintín en la bahía de San Francisco, Whale Cove en Oregón y, aún más al norte, la isla de Vancouver.
De ser válida esta última teoría, publicada en 2003, esto significaría que Drake habría sido el primer europeo no solo en avistar las costas occidentales de Canadá, sino en haber establecido allí un asentamiento, adelantándose unos siglos a lo conocido hasta el momento.
La idea de identificar la isla de Vancouver con Nueva Albión ha tenido un cierto eco popular y el reciente descubrimiento del chelín del siglo XVI le ha dado nuevas fuerzas, ya que, según sus partidarios, aporta más pruebas.
No vamos a entrar aquí en el debate de cuáles son estas pruebas en las que se basaba hasta ahora esta teoría ––por lo que conocemos, bastante escasas, por no decir nulas, aunque el argumento que esgrimen esta clase de teorías que tratan de reescribir la historia con poca base, es que es esa misma ausencia de pruebas la que certifica su autenticidad, ya que habrían sido destruidas para evitar que se conociera la verdad. Todo muy conspirativo-.
Pero en vista de la interpretación que se está difundiendo, sí creo que conviene dejar muy claras algunas consideraciones metodológicas acerca de lo que realmente puede aportar a la historia un hallazgo numismático aislado.
Tal y como la noticia ha quedado reflejada en los medios, parece que la única posibilidad de que este ya famoso chelín hubiera llegado a las costas de Vancouver fuera de la mano de sir Francis Drake, pero no hay ninguna evidencia, podríamos decir que ni siquiera indicios, de que pudiera haber sido así.
En sentido amplio, los hallazgos numismáticos se dividen en tres grandes grupos: tesoros, hallazgos de excavación y hallazgos aislados. La información que proporciona cada uno de ellos es muy diferente, y la menos valiosa es, con diferencia, la de los últimos. Una moneda sin contexto alguno pude tener cierto valor histórico en un marco más amplio, por ejemplo, en el estudio de la circulación monetaria en la zona de aparición, pero poco más allá se puede ir.
Hay que recordar también que una moneda es un objeto con mucha movilidad y que puede estar en circulación, de mano en mano, mucho tiempo después de haber sido fabricada, incluso siglos. De ninguna manera el hallazgo de una moneda aislada implica deducir que allí pudo haber un asentamiento de su época, o que alguien del pueblo emisor de la pieza se encontrara en ese lugar.
Un ejemplo de lo que decimos, quizás llevado al extremo pero muy ilustrativo, puede ser la anécdota contada por algunos autores del siglo XIX de que en zonas rurales del noroeste de España aparecían algunas monedas de bronce romanas en los cepillos de las iglesias.
Y sin embargo, el contexto en el que ha aparecido este ya famoso chelín no parece ser muy distinto de éste: al parecer, la moneda se encontró, mediante detector de metales, junto con una pieza de níquel canadiense de 1891, un penique de 1900 y una moneda de diez centavos de 1960. ¿Revelan estos hallazgos un asentamiento antiguo? De ninguna manera.
Evidentemente los pocos expertos procedentes del mundo académico a los que se ha consultado en Canadá descartan cualquier relación entre la aparición de esta moneda y la presencia de Drake, pero a su opinión se le ha dado muy poca importancia en los medios. Ya saben, nunca dejes que la realidad te estropee un buen titular…
Isabel Rguez. Casanova