Cuando Egipto fue romano (II)

Cuando Egipto fue romano (II)

Cuando Egipto fue romano (II) 250 121 admin

Con la dinastía de los Antoninos encontramos la mayor diversidad iconográfica en la amonedación alejandrina, especialmente en los temas de inspiración egipcia. Sin embargo, esta multiplicidad de tipos se va perdiendo con los Severos y con los emperadores soldados del siglo III, hasta el término de esta acuñación coincidiendo con el fin de la centuria.

La mayor riqueza tipológica de la extensa amonedación alejandrina coincide con la presencia en el poder de la dinastía de los Antoninos. Se amplían entonces, además, las emisiones de bronce, especialmente con piezas de gran módulo que permiten una mayor complejidad en las escenas representadas. La presencia de los dioses más importantes del panteón alejandrino se hace más abundante, especialmente con Adriano, que era un enamorado de Egipto. También cobran importancia los tipos arquitectónicos que nos han proporcionado detalladas imágenes de edificios de la ciudad, como el famoso faro de Alejandría.

La principal triada de dioses de la capital egipcia estaba formada por Serapis, Isis y Harpócrates. El primero de ellos era un dios artificial, sincrético, creado por Ptolomeo I a partir de la figura del dios menfita Oserapis, el toro Apis que, una vez muerto, se identificaba con Osiris. Adopta la iconografía de un dios griego y amplias prerrogativas que abarcaban desde dios de la sabiduría, la salud, la fertilidad, hasta el mundo subterráneo, además de patrón de los marineros. En las monedas se le suele representar tocado con modio y normalmente también con taenia, en busto o de cuerpo entero, estante o entronizado, acompañado con Cerbero a sus pies.

Isis es la diosa más importante del panteón alejandrino: además de su antiguo origen, poco a poco va asimilando características de otras divinidades como Deméter y, cuando Alejandría se convierte en un gran puerto marítimo comercial, adopta una nueva faceta como protectora de los navegantes asociada al faro de la ciudad: Isis Faria. En numerosas monedas aparece de este modo, sosteniendo una vela inflada por el viento, mientras, delante de ella, se nos muestra la torre guía.

Otra escena relativamente habitual es la de Isis amamantando a Harpócrates, un tema iconográfico que, con el tiempo, pasaría a ser adoptado por el cristianismo para la Virgen María. La escena tiene lugar dentro de una capilla de estilo egipcio, con frontón curvo y capiteles papiriformes, aunque trazados de modo muy esquemático. Del pequeño Harpócrates puede distinguirse que va tocado con la corona del Alto y el Bajo Egipto.

El sincretismo propio del panteón alejandrino tiene otro ejemplo en la figura de Zeus-Amón, la divinidad que aúna las características del ambos dioses, griego y egipcio, así como sus atributos físicos, de modo que se le representa como un dios maduro tocado con los cuernos de carnero propios de Amón.

Egipto no puede entenderse sin el Nilo, y en la amonedación alejandrina no podía faltar la personificación de este río que aparece en numerosas series. Su imagen es la de un hombre maduro, barbado, coronado de papiro o de loto y sosteniendo una caña y una cornucopia. En la moneda que vemos aparece recostado sobre un hipopótamo, aunque también es normal encontrarlo sobre un cocodrilo o un elefante. De la cornucopia sale la pequeña figura de un niño, identificado con Plutos, que levanta su brazo para señalar la altura que debía alcanzar una buena crecida del río, fijada en dieciséis codos, el numeral IS que aparece junto a él.

Uno de los iconos de la ciudad era, sin duda, el faro, una de las maravillas de la antigüedad y sobre cuyo aspecto original las monedas alejandrinas nos han dejado numerosos datos ya que, en algunas piezas muy bien conservadas, pueden apreciarse incluso los detalles de la construcción. En cualquier caso, conviene recordar que las representaciones de edificios en las monedas no suelen ser demasiado realistas y suprimen características de las obras o resaltan detalles en función de la composición general, por no hablar de las distorsiones originadas por las perspectivas o en als proporciones reales. La pieza que vemos representa la escena de un barco acercándose al faro, en el que se adivina la decoración de las esquinas del segundo piso, que, aunque en este caso no se distingue bien, son tritones soplando bocinas colocados a modo de acróteras. Además, el faro estaba rematado por una escultura quizás de Poseidón.

También es habitual encontrar en estas series monetales representaciones de animales, tanto mitológicos como reales, y objetos simbólicos de muy diversos tipos. De nuevo se combinan en numerosas ocasiones los temas propios del imperio romano con los de origen egipcio, pasados por el tamiz de la iconografía griega. Son estos últimos los que nos resultan más atractivos por exóticos y a los que estamos prestando una mayor atención en este brevísimo repaso. Otro ejemplo de estos temas es la moneda que vemos, en la que aparece el ureus, la cobra que figura en las coronas egipcias, acompañada por el Agathodaimon, el “genio bueno” protector de la ciudad de Alejandría, cuyo culto estaba relacionado con la fundación de la ciudad y la fertilidad de los campos. Los símbolos que aparecen junto a ellos son un caduceo y un sistro.

Otro tipo claramente egipcio es el del canopo, una vasija con tapadera antropomorfa que en su función original servía para preservar las vísceras de los muertos pero que en Alejandría se consideraba ya un objeto litúrgico más. Se utilizaba para transportar a Osiris como agua dulce en procesión y posteriormente se depositaba en los templos. En algunas series alejandrinas se recogen imágenes de estas procesiones y de los canopos dentro de los templos.

A medida que avanza el siglo III, la impresionante variedad tipológica de las emisiones alejandrinas se va reduciendo cada vez más. Paulatinamente van cobrando importancia temas más sencillos como los de las personificaciones. Una de las más utilizadas, y de las más antiguas, es la de Tyche, la Fortuna, que se representa con timón y cornucopia y a la que, en algunos casos, resulta difícil distinguir de la representación de la propia ciudad de Alejandría, con la que se habría asimilado.

Los turbulentos años de la segunda mitad del siglo III están plagados de representaciones de aquellas conquistas a las que aspiraba el Imperio y de las que estaba cada vez más lejos: Irene (Paz), Niké (Victoria), o Elpis, la esperanza, una mujer que recoge con la mano derecha los pliegues de su jitón y sostiene con la izquierda una rama de olivo, espigas o una flor, y que se asociaba a la esperanza de que la dinastía en el poder se perpetuara. El águila que en tantas ocasiones había aparecido en estas monedas perpetuando la imagen dinástica de los Ptolomeos se convierte en un águila legionaria.

Una de las curiosidades de este último periodo de emisión de moneda en Alejandría es la acuñación que realiza en la ciudad Vabalato, el hijo de la famosa Zenobia, reina de Palmira, tras conquistar la provincia de Egipto. En sus monedas aparecen en el anverso Aureliano, el legítimo emperador de Roma, con coraza y el típico aspecto de un emperador romano, y en el reverso Vabalato, diademado y con pelo largo, a la moda oriental, cada uno de ellos con su año de reinado.

Oficialmente, las emisiones de Alejandría terminan el 296 d.C. con la reforma monetaria de Diocleciano. Sin embargo, tuvieron un corto epílogo con las acuñaciones del usurpador Domicio Domiciano, quien el 296 o en el 299 acuñó tetradracmas y monedas de bronce con Niké como tipo principal, un intento de retomar el sistema anterior que no tendrá continuidad tras su caída. Alejandría no volverá a emitir más monedas fuera de las directrices comunes para el resto del Imperio.

Para saber más:

A. Burnett et alii, 1992-1999, Roman Provincial Coinage, vols. I, II, Londres-Paris.

J. G. Milne, 1971, Catalogue of the Alexandrian Coins (University of Oxford, Ashmolean Museum), Oxford.

I. Rodríguez Casanova, 1997, “La moneda greco-imperial de Alejandría en el Museo Arqueológico Nacional”, Numisma 240, pp. 45-83.

Isabel Rodríguez Casanova

Autor/a: Isabel Rodríguez Casanova

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