La reciente reconstrucción del escenario de la batalla de Baicula, en Jaén, ha tenido un modelo metodológico muy conocido: Teutoburgo y la pérdida de las legiones romanas conducidas por Varo. Les ofrecemos hoy una revisión de In quest of the Lost legions, the Varusschlacht, de Tony Clunn, 1999, la obra en la que se resolvió, con la inestimable ayuda de los hallazgos numismáticos, este interesante capítulo de la historia romana.
“Levantó la cabeza y nos miró, con la mano derecha cerrada con fuerza en torno al objeto que había recogido.
– ¿Quiénes eran, Señor?
– ¿Quiénes eran? ¡Las tres legiones que Arminio exterminó cruelmente en el bosque!- rugió Helvecio. Sí que hubo lucha… ¡Por todos los dioses, vaya que si la hubo!, pero no quedan cuerpos porque tiempo después vino Germánico y los enterró.
A continuación, mostró en alto lo que acababa de encontrar. Era una moneda de plata y llevaba la marca especial de acuñación que empleara P. Quintilio Varo para el pago de sus tropas.
¡Pocas de ellas circularon por Roma!”
De esta forma adquieren protagonismo y aparecen unidos, en una de las conocidas y documentadas novelas de Lindsay Davies, protagonizadas por Marco Didio Falco, La mano de hierro de Marte (Edhasa, 1993, pp. 295) el campo de batalla donde fueron destruidas las tres legiones de Varo en el norte de Germania y los denarios.
Pocas batallas han levantado una polémica histórica tan larga y debatida, sobre el lugar exacto en el que se produjo y como fue la derrota y masacre de las legiones de Quintilius Varus, el 9 a.C.; de hecho cerca de 750 propuestas se han aventurado sobre el hipotéticolugar del suceso.
Para el mundo romano fue una conmoción. Cierto es que en siglos anteriores se habían producido otras sucesos semejantes, así en el 105 a.C., los celtas habían aniquilado un ejército romano en Arausio; los partos lo hicieron con Craso en Carras, en el 53 a.C., un desastre táctico que limitó el avance estratégico romano hacía el Eúfrates, en la práctica para siempre, puesto que las campañas de Trajano fueron un espejismo. Sin embargo lo que no nadie había pensado o considerado era que un ejercito romano en campaña y preparado fuera capaz de sufrir una derrota tan ignominiosa como la del bosque de Teutoburgo, la Varusschlacht, en un territorio que parecía controlado. El objetivo de un Limes ubicado entre el Weser y el Danubio quedó olvidado para siempre.
De hecho en años posteriores la búsqueda de las águilas perdidas se convirtió en una obsesión política; el Rhin en una frontera, punto de partida de operaciones, más o menos amplias, de castigo, o de reconocimientos en fuerza; y el lugar (o lugares, sería más apropiado) de la batalla perdidos en la bruma de la historia.
No es necesario recordar la mitología posterior, los lamentos de Augusto “Varo devuélveme mis legiones”; las campañas de castigo y recuperación de los estandartes de las legiones por Germánico y la estremecedora narración de Tácito del lugar del desastre; el posterior suceso del “Imperio Galo”, la revuelta de Civilis, otro oficial germano bajo enseñas romanas que llevó, con bastante éxito, una rebelión contra el Imperio, sofocada en tiempos de Vespasiano; la posterior aproximación nacionalista de la Alemania del siglo XIX, la exaltación de la figura de Arminius/Hermann, personaje wagneriano, como modelo de las virtudes y esencias y forjador de una nación (algo exagerado, sin duda), plasmado en el monumento a Arminius situado en Detnold, uno de las ubicaciones propuestas para la batalla. Aunque debe recordarse que Arminio había servido bajo las enseñas romanas y tenía la información e instrucción necesaria para conocer perfectamente a su enemigo, incluso tenía rango de Caballero romano.
Al fin y al cabo, ya desde una perspectiva investigadora, el mismo Theodor Mommsen prestó especial atención a este tema con sugerentes aproximaciones numismáticas para precisar el lugar de los hechos, proponiendo una ubicación muy acertada, basada en el testimonio de los hallazgos monetarios, aunque carente de una certeza definida sobre la procedencia de las monedas.
Por fin, a finales del siglo XX se ha solucionado el enigma y la controversia al tiempo que el siglo XXI contempla el nuevo Museo ubicado en el lugar de los hechos, Kalkriese.
En la solución del enigma han confluido varios factores peculiares que, sumados, han producido unos resultados incontestables. Por un lado la figura de un médico militar del Ejercito británico del Rhin, Tony Clunn, aficionado a la numismática, usuario de un detector de metales y colaborador del Museo; por profesión y ocupación, un buen conocedor del terreno. Por el otro, el rastro de distribución de las monedas perdidas por los miembros del desgraciado ejército, cuyo rastro condujo a la aparición de una gran cantidad de objetos y artefactos, así como al hallazgo de fortificaciones germanas en el escenario último del desastre.
Pocas veces se podrá encontrar un modelo de pérdida de monedas y posterior recuperación, en extensión y conjuntos, como hallazgos aislados y producto de excavación, tan esclarecedor e ilustrativo como en este caso (pág. 291).
Conviene hacer una puntualización previa sobre el uso de los detectores, que es algo común en el Reino Unido, y es el hecho de que allí la información proporcionada mediante este medio es puesta en conocimiento de los servicios de protección del patrimonio arqueológico e histórico de manera rápida y eficaz. La colaboración del Dr. Clunn con el Dr. W. Schlüter y los servicios arqueológicos alemanes fue modélica en todos los aspectos. Los datos proporcionados por T. Clunn condujeron a nuevas excavaciones en lugares determinados que culminaron con los hallazgos de las citadas fortificaciones, así como armamento, proyectiles, diversos utensilios varios y una gran cantidad de restos humanos.
La argumentación numismática se puede precisar en varios puntos:
Ya Mommsen había sugerido la vinculación con el entorno de Kalkriese, pero sin una comprobación definitiva. El gran historiador había apostado por la misma zona gracias a la revisión de los materiales numismáticos de una importante colección local, de la familia von Bar, aunque no había la garantía de que las monedas procedieran, en su mayoría, del entorno geográfico hipotético de la batalla. Además dicha colección fue robada a fines de la II Guerra Mundial y se ha perdido su rastro, por lo que sólo quedó el registro cuidadoso de su composición realizado en el siglo XIX. Su similitud con las nuevas monedas aparecidas en los años 80, así como su semejanza estructural en tipología y cronología, han llevado a los investigadores actuales a considerar que la mayor parte de la citada colección procedía de hallazgos en el entorno de Kalkriese.
Los denarios aparecidos en uno de los campamentos de invierno de Varo, Haltern, presentan el mismo patrón que el de la colección von Bar y es semejante a los hallazgos realizados en Kalkriese, dato que corrobora la datación y el desarrollo de los acontecimientos.
Un tercer elemento a considerar es que en el entorno de Detmold, lugar donde se levanta el monumento a Hermann, nunca han aparecido denarios ni ases relacionados con las campañas de Varo, argumento negativo respecto de las posibilidades de este lugar como el terreno de la batalla.
Por ello uno de los elementos determinantes es la presencia de denarios, en su mayoría de la serie de Cayo y Lucio Césares, fechados en el cambio de era, frecuentes como moneda de pago para los legionarios. Pero de mayor interés son los abundantes ases y semis, es decir monedas fraccionarias de cobre utilizadas para los pagos menores y cotidianos, que aparecieron con la contramarca de Q. Varo sobre ellos. Estas piezas sólo pudieron haberse resellado en los momentos previos a la campaña de éste, cuando en los campamentos de invierno de Haltern se estaban haciendo los preparativos y, que por fuerza, suponen un ajuste cronológico muy preciso.
De hecho, esta exactitud cronológica de las monedas ha permitido precisar y diferenciar los hallazgos arqueológicos asociados a ellas de otros materiales semejantes pero que podrían ser posteriores, caso de las campañas de Germánico (14-16 d.C.).
La cuidadosa ubicación de los hallazgos aislados en el mapa (págs. 302 y ss.), de los conjuntos o tesorillos reconstruye, mejor dicho, permite imaginar una dramática escena: el lento repliegue de las acosadas legiones, perdida su cohesión, reducida su maniobrabilidad, disminuida su capacidad táctica, sufriendo un goteo de bajas, pero manteniendo un asomo de organización, es de suponer que bajo la figura emblemática de los centuriones y los portaestandartes (signifer), llegando al punto de que, muertos o suicidados los oficiales, ocurre el momento de la matanza última. Y aquí es donde el mapa muestra el dramático final: la desesperada dispersión final, un sálvese quien pueda, buscando una más que dudosa salvación, habida cuenta de las monedas recuperadas. Nada que decir del destino final de todo el personal no militar que acompañaba a las legiones, que debieron encontrarse entre las primeras victimas del desastre.
A la vista de lo mencionado caben algunas reflexiones:
La aportación del testimonio numismático, ubicado de manera correcta y en coordinación con el análisis arqueológico, ha resultado decisiva para la solución de un enigma histórico.
La cooperación entre T. Clunn, su metodología de búsqueda, el uso de detectores de metales, con los servicios arqueológicos alemanes fue impecable y los resultados espectaculares. De hecho, nada se puede objetar a los resultados y, si se estableciese una relación costo-resultados, el tema sería todavía más concluyente.
Una última precisión podría hacerse a la narración de los hechos realizada por T. Clunn, con una cuidadosa mezcla de una historia novelada, basada en los testimonios arqueológicos, paralela al proceso arqueológico de recuperación de material y la recomposición del hecho histórico, cuyo resultado conjunto es de una gran agilidad y, por que no decirlo, crudeza en la narración de los acontecimientos.
(Alguna objeción se puede realizar a los mapas utilizados, correctos, pero que en ocasiones no son lo suficientemente claros para entender la distribución de los hallazgos o el camino de las legiones) .
En un país como el nuestro en el que el debate sobre el uso de detectores y su colisión con la Ley de Patrimonio, al que se podrían añadir algunas precisiones sobre aspectos fiscales, fundaciones, etc…, han llevado la situación a un punto muerto, siendo el hecho verdadero que ha existido, y existe, todo un mundo o sub-mundo que vive en torno a estas actividades, siempre en el margen de la Ley. El hecho es este, y cualquier responsable de Museos o arqueólogo territorial conoce el problema, su extensión, la incapacidad real, política o interesada, para enfrentarse a posibles soluciones. De hecho, de tanto en tanto, la prensa se hace eco (de una u otra forma) de noticias relacionadas con esta situación, las menciones a los “hallazgos de valor “incalculable” En otros países ha existido una aproximación diferente al problema, siendo el caso más característico el del Reino Unido.
No me resigno a no citar un párrafo referido a monedas y sus hallazgos:
“…La sabiduría del Gobierno debería prevenir y evitar la ocultación ruina y acabamiento de estos preciosos restos de la antigüedad, ordenando premios competentes generosos ó a lo menos justos á los inventores y manifestadores de estos hallazgos, cuantas preciosidades de esta clase de monumentos ha hecho desaparecer la codicia por temor de las leyes fiscales demasiado avaras y malentendidas! el valor especifico de oro u plata suele ser muy poco y la importancia de tales monumentos antiguos es incalculable para conocimiento y luz de la historia de los pueblos y de las artes de cada tiempo: es muy fácil representar y sustituir igual masa y cantidad metálica por preciosa que sea, la de un deposito de los que alguna rara vez suele ofrecer la fortuna, pero es ciertamente imposible el restituir a las artes y a la historia de los pasados tiempos una pieza de oro u plata que se derrite..”
Este texto se escribió en el verano de 1818, por José Antonio Conde, Anticuario de la Real Academia de la Historia y, la verdad sea dicha, han pasado casi 200 años y no parece que la situación haya mejorado mucho.
Ejemplos hay de que otros caminos son posibles.
Alberto J. Canto García