Las medallas de Lord Vernon, o no vendas la piel del oso antes de …

Las medallas de Lord Vernon, o no vendas la piel del oso antes de …

Las medallas de Lord Vernon, o no vendas la piel del oso antes de … 260 128 admin

Una de las batallas menos conocidas de la historia de España, es la defensa de Cartagena de Indias en la que los españoles dirigidos por el virrey Eslava y el almirante Blas de Lezo, derrotaron a la mayor flota inglesa de toda la historia, al mando de Lord Vernon.

“Comandante, partiréis inmediatamente para Inglaterra. Haced el viaje a toda vela para llevar cuanto antes a nuestro gobierno, al Parlamento y al pueblo la noticia de nuestra gran victoria y de la conquista de Cartagena de Indias. Comunicad a los nuestros que los días del Imperio español en América se han terminado, gracias a la fuerza de nuestras armas y el valor de nuestros hombres.”

Algo parecido a esta frase, si es que no fue la misma, debió decirle el almirante inglés Lord Vernon al capitán de la fragata “Spencer” el 6 de abril de 1741 en la boca de la Bahía de Cartagena de Indias, puerto principal de la entonces Nueva Granada y actual Colombia, y llave de las posesiones españolas en América del Sur.

Ataque de la flota de Lord Vernon a Cartagena de Indias.

La Gran Flota

El almirante Sir Edward Vernon estaba al frente de la mayor flota que jamás habían visto los siglos, 8 navíos de tres puentes y 90 cañones, 28 de dos puentes y cincuenta cañones, 12 fragatas de 40 cañones, varias bombardas y 130 buques de transporte con más de 12.600 marineros y 10.000 soldados de desembarco, destinados a conquistar la joya de la corona española, Cartagena de Indias. El ejército inglés contaba en total con unas 3.000 piezas de artillería. Nunca hasta entonces se había visto tal flota, al lado de la cual la Gran Armada española (llamada malévolamente “Armada Invencible” por los ingleses) no llegaba a 120 barcos.

Para oponerse a esta demostración de fuerza, los españoles disponían de 2.200 soldados y milicianos ayudados por 600 flecheros indios, 6 navíos con 900 marinos y 80 artilleros y un total de 990 cañones. Esto era todo lo que quedaba de una guarnición cuya plantilla teórica se elevaba a más de 6.000 efectivos, pero que en los últimos meses había sufrido una epidemia de vómito negro (fiebre amarilla). El mando superior lo ostentaba el virrey Eslava, y el mando militar de la plaza el almirante Blas de Lezo. Comparando números queda patente que la desproporción era abrumadora a favor de los ingleses, 8 a 1 en hombres y 3 a 1 en cañones.

La alegría de Lord Vernon

El 6 de abril de 1741 Vernon tenía motivos para estar alegre, sus tropas acababan de forzar el paso de Bocachica, tras tomar al asalto el Fuerte de San Luis que lo protegía, y esta conquista abría a su flota toda la Bahía Interior con su ansiada recompensa, la Ciudad de Cartagena de Indias allá al fondo, y Vernon pensaba aprovechar esta ventaja.

La fragata “Spencer” fue aprovisionada con la máxima diligencia, todos los servicios de la Gran Flota estaban a su disposición, comida, agua y repuestos fueron subidos a bordo, y la fragata emprendió su camino. Suponemos que el viaje fue tranquilo y bastante rápido, ya que llegó a Inglaterra el 17 de mayo portando sus buenas nuevas, que desencadenaron una ola de euforia y patriotismo pocas veces vista, celebraciones en las calles, actos de exaltación, fiestas y más fiestas, y en este ambiente de fiesta y triunfo se mandaron acuñar toda una serie de medallas y monedas conmemorativas, las medallas de Lord Vernon.

Anverso y reverso de una de las medallas de Lord Vernon.

Todas eran muy similares. En el anverso se veía a Vernon y ante él, de rodillas, Blas de Lezo le entregaba su espada en acto de rendición y pleitesía, todo ello con una leyenda que ni más ni menos decía: “La arrogancia española humillada por el almirante Vernon”.

En el reverso la flota inglesa ocupaba el puerto de Cartagena, con una leyenda que afirmaba: “Los héroes británicos tomaron Cartagena, abril 1, 1741”.

Vender la piel del oso, o la medalla de Vernon

Pero el 17 de mayo mientras que en Londres y toda Inglaterra se celebraba la victoria y crecía la fiesta, el ambiente en Cartagena era de tristeza, derrota y desolación. Vernon estaba furioso y se resistía a creer lo que había pasado.

Sus barcos y tropas habían seguido un plan meticulosamente trazado y habían ido rodeando progresivamente las fortificaciones que protegían la ciudad de Cartagena, la principal de las cuales era el Castillo de San Felipe de Barajas, defendido por Blas de Lezo, que tras ciertas desavenencias con el virrey Eslava había tomado el mando del último reducto español.

Los ingleses atacaron con cerca de 4.000 hombres, 3.200 en primera fila, a los que se enfrentaron poco más de 800 españoles, apostados en una trinchera en las faldas del castillo, en una batalla que duró toda la noche. Al mediodía siguiente los ingleses lanzaron al combate una reserva de 400 hombres frescos, que poco a poco fueron empujando a los españoles hacia el castillo.

Fue entonces cuando Blas de Lezo tomó una decisión inesperada que dio la vuelta a la batalla y a la guerra. Mandó calar bayonetas a los 300 marinos y artilleros que quedaban en el interior del fuerte y los lanzó a una carga furiosa contra los ingleses que subían ya la cuesta hacia el castillo. La resistencia duró pocos minutos, el frente inglés se desmoronó por todos los lados, los muertos se contaban por centenares, los soldados se rendían o escapaban hacia las lanchas con la esperanza de poder retirarse a sus barcos, mientras que los españoles hacían lo que mejor se les había dado siempre ante los ingleses, combatir cuerpo a cuerpo.

Una derrota sin paliativos

Las bajas inglesas superaron los 1.500 muertos ese día, la conquista de Cartagena de Indias fracasó ese día, la conquista del Imperio Español por Inglaterra fracasó ese día, y es que no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo, ni acuñar medallas recibiendo una espada antes de que esa espada sea rendida, y mucho menos si esa era la espada del almirante Blas de Lezo, vasco de origen y llamado “Patapalo” y “Mediombre”, porque era tuerto, manco y con una pata de palo, trozos de su cuerpo que fue dejando en diferentes batallas al servicio de su rey, batallas siempre ganadas al enemigo.

La batalla del Castillo de San Felipe dejó claro que Vernon no podría conquistar Cartagena, su ejército estaba diezmado por las bajas en acción de guerra, por la falta de víveres y por el mismo vómito negro que había afectado a los españoles meses antes, así que el almirante al mando de la mayor flota jamás vista, el almirante de las medallas presuntuosas, tuvo que retirarse a sus bases en Jamaica en una de las mayores derrotas que ha sufrido nunca Inglaterra. Esta retirada se completó el 20 de mayo, al poco de llegar la “Spencer” a Inglaterra. Hagamos como en una película y contemplemos dos pantallas. En una Inglaterra en fiestas, alegría y orgullo nacional, la derrota de los dons, de los fanáticos católicos. En otra la flota inglesa de retirada, barcos atestados de enfermos y heridos, derrota y desolación, vergüenza y humillación.

Héroes muertos y héroes vivos.

Los ingleses reaccionaron ante su derrota con la máxima discreción. Cuando las noticias del fracaso llegaron a la metrópoli, el rey Jorge II ordenó correr un velo de silencio. Se retiraron todas las medallas que se pudo, se calló y nunca se volvió a hablar del tema.

Avergonzó tanto esta derrota, que su silencio y ocultación han seguido siendo la pauta hasta nuestros días en los que los ingleses achacan la derrota más a las enfermedades que a los españoles y hablan lo mínimo posible sobre ella.

Discreción y silencio. Un participante español en varios foros de historia ingleses comentaba que intentó sacar el tema en el foro histórico de la BBC, pero fue bloqueado varias veces, y sólo tras mucho insistir obtuvo por fin la siguiente respuesta del coordinador: “A los ingleses nos gusta hablar de nuestras victorias, nunca de nuestras derrotas”.

Quizás podríamos tomar algo de ejemplo de estas gentes. Nosotros hablamos más de nuestras derrotas que de nuestras victorias, escribimos novelas de Trafalgar, pero no de Cartagena de Indias; conocemos a Churruca y Gravina, o a Daoiz y Velarde, pero no a Blas de Lezo, y es que nos gustan especialmente las hazañas de los héroes que pelean en desventaja, que mueren con valor y gallardía ante un enemigo superior, pero que lamentablemente pierden las batallas. Quizás algo tenga esto que ver con esa forma nuestra de ser, extremada, un punto fanfarrona y bravucona tan bien retratada por Pierre de Bourdeille en su libro “Gentilezas y bravuconadas de los españoles”.

Somos así, pero quizás no estaría mal cambiar un poco, y recuperar el orgullo de nuestras victorias, no sólo de nuestros héroes trágicos, sino también de nuestros héroes victoriosos.

Estatua de Blas de Lezo en Cartagena de Indias, Castillo de San Felipe.

En Londres hay una Plaza de Trafalgar, por toda Inglaterra miles de monumentos a Nelson, cientos de libros y películas. En Madrid no hay una Plaza de Cartagena de Indias, no hay una calle de Blas de Lezo, no hay ninguna estatua a este gran soldado, al “Patapalo”, al “Mediombre” que por cierto murió a los pocos meses a consecuencia parece de la misma fiebre amarilla. Su figura da para mucho, y quizás hablemos de él otro día.

Darío Díaz

www.amigosdecolmenarejo.es

Autor/a: Darío Díaz

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