Esta semana se ha entregado en la Casa de la Moneda el último premio Tomás Francisco Prieto y parece una buena ocasión para recordar la figura de uno de nuestros máximos exponentes del grabado de medallas. Les proponemos repasar algunos aspectos de su personalidad, peor o mejor conocidos, así como sus principales obras a partir de los artículos que les ofrecemos en esta edición y en la de la próxima semana.
Tomás Francisco Prieto nació en 1716 en la ciudad de Salamanca, hijo de un artesano del calzado, y, con el correr del tiempo, se convirtió en uno de los mejores grabadores de monedas y medallas que ha dado nuestro país, creador de una escuela de excelentes abridores de cuños que perduró hasta el siglo XIX.
Por aquel entonces se había establecido la ciudad castellana un taller de tabaqueras de latón labradas, dirigido por un artesano italiano llamado Lorenzo de Montemán, emparentado con la famosa familia de grabadores de los Hamerani. El éxito del taller de Montemán le llevó a ampliar su producción a cajas de metales preciosos, adornos para templos, aderezos de armas, etc. y allí entró a trabajar como aprendiz el joven Tomás Francisco Prieto. En este taller se formó también Francisco Hernández Escudero, el primer grabador de la Casa de la Moneda que acuñó una medalla oficial en Madrid y al que, con el discurrir del tiempo, sustituiría Prieto como grabador general.
Así, en octubre de 1731, con poco más de quince años, Montemán le recibe como aprendiz del “arte de abridor de buril” durante un periodo de seis años, en el que se ocuparía de su manutención, como establecía la escritura de aprendiz, y, muy posiblemente, de otros muchos aspectos de su formación intelectual, no sólo la de grabador. Según parece, Montemán era un hombre muy culto para su época, que hablaba varias lenguas y que debió transmitir a Prieto su admiración por las obras de los Hamerani y muy posiblemente por la medallística francesa. Su aprendizaje del dibujo, el modelado y el grabado, además de la técnica aprendida del maestro se complementó en gran parte con libros y modelos.
Al término de su etapa de formación, Tomás Francisco Prieto montó su propio taller, al principio modesto, y empezó a tener sus propios discípulos. De esta su primera época se conocen algunos grabados de estilo barroco y ambientación muy rococó, como la estampa devocional dedicada a la virgen del Viso, o del Aviso, de la localidad zamorana de Bamba, o la de Nuestra Señora de las Angustias de Arévalo. Realiza además ilustraciones para libros, entre los cuales se encuentran retratos de Felipe V y Fernando VI y seguramente diversos trabajos de orfebrería, punzones, sellos, etc. que aún no se han identificado con certeza.
Resulta de gran interés analizar la escritura de aprendiz que se redacta cuando Tomás Francisco Prieto recibe como tal en su taller a Lorenzo Rodríguez, publicada hace unos años por N. Rupérez, porque en ella se especifican los diversos pasos que debe seguir para aprender bien el oficio. Así Prieto dice que “le he de enseñar a dibujar y modelar como asumpto y piedra fundamental de dicho oficio, y estando proporzionado he de disponer para que grabe caxas de platta blanda con poca o mucha obra; luego que grabe de sutil, esto es, que empezará a disponerse para grabar láminas, y hecho cargo de ello, le he de poner a grabar de medio relieve y al mismo tiempo a que pintte alguna cosa en pergamino, se entiende de miniatura, y hecho capaz de esto he de poner a grabar punzones de azero y las obras que ocurran de oro y plata y últimamente, como más dificultoso, le he de poner a grabar en gueco sellos y lo que se ofrezca”. Es decir, su método de enseñanza consistía en comenzar aprendiendo a dibujar, pasar al grabado calcográfico y finalmente llegar al grabado en hueco.
Diez años estuvo T. F. Prieto en su taller de su ciudad natal hasta que en 1747 se traslada a Madrid para optar a la plaza de grabador principal de la Casa de la Moneda, cuando contaba 31 años. Cuenta Ceán Bermúdez, en su Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España (1800) que este concurso se celebró con la mayor formalidad y el ejercicio de acceso consistió en realizar un retrato en cera de Fernando VI y grabarlo después en acero. Prieto superó a los otros dos aspirantes y en 1748 fue nombrado por el rey su grabador principal.
Se inicia entonces una nueva etapa en la vida de Tomás Francisco Prieto que le convertirá en el centro del surgimiento de la medallística española, todo ello en el marco del ambiente ilustrado en el que comienza a moverse.
Parece muy posible que uno de los personajes clave en la inmersión de Prieto en el activo ambiente cultural del Madrid de mediados del XVIII fuera Ignacio de Luzán, quien ostentó el cargo de Intendente de la Casa de la Moneda durante los primeros años de la estancia como grabador del salmantino. Luzán, intelectual y viajero, gran erudito, conocedor de la historia y la literatura clásicas, fue académico de la Lengua, de la Historia y de las Bellas Artes.
Sin duda Prieto se integró pronto en estos círculos, ya que en 1752 es nombrado director de grabado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, junto con su colega Juan Bernabé Palomino, en lo que sería el primer curso de esta institución. Una de sus primeras tareas allí fue el grabado de las medallas de premio de la Academia, -–de primera, segunda y tercera clase-, y que eran tres piezas de oro de tres onzas, otras tres de dos onzas y tres más de una onza, sí como nueve ejemplares en plata con pesos de ocho, cinco y tres onzas, que se repartieron por vez primera en la junta de 28 de diciembre de 1753. El tema que presentan es la imagen de San Fernando con varios sucesos de su historia.
La carrera artística de Prieto continúa en ascenso: en 1754, Prieto es nombrado grabador de sellos de su majestad y años más tarde, en concreto en 1761, ya en el reinado de Carlos III, recibe el título de grabador general de todas las casas de moneda de España e Indias, así como de grabador de su majestad y de su real casa. El puesto de grabador general implicaba realizar los diseños de que figurarían en las monedas y medallas, así como grabarlos en hueco y elaborar las matrices de las que se sacarían los punzones en relieve para realizar los troqueles definitivos.

Por aquellos entonces, una de las preocupaciones del monarca era la baja calidad de las monedas que se acuñaban en las cecas de las Indias y decide emprender una reforma que quedaría plasmada en la Pragmática de 29 de mayo de 1772. Paralelamente, Prieto había elaborado en 1767 un nuevo juego de matrices para la ceca de Lima, que agradó mucho a la Junta de Comercio y Moneda, de modo que se propuso ampliarlo al resto de talleres monetarios, quedando concluido el trabajo a principios de 1771. Así pues, como narra Ceán Bermúdez, las matrices de las renovadas monedas del año 1772 de Madrid, Sevilla, Segovia, Méjico, Guatemala, Santa Fe, Potosí, Lima, Popayán y Santiago de Chile, habían salido de las hábiles manos de Tomás F. Prieto.
En este marco de renovación de la calidad de la moneda hay que situar la creación de la Escuela de Grabado en 1772, encargo del propio Carlos III, que debe integrarse en el programa diseñado por el monarca para impulsar las industrias artísticas, con ejemplos tan conocidos como las Reales Fábricas de Relojería o la renovación de las de Tapices y Vidrios.
Uno de los objetivos de la escuela era que los aprendices recibieran una preparación teórica y artística previa al aprendizaje del oficio en la máquina. Si bien esta preparación la podrían recibir en la Academia de Bellas Artes, esta institución nunca pudo contar con maquinaria como una prensa de volante, de modo que la Escuela de Grabado venía a suplir las carencias técnicas de la Academia.
La enseñanza empleada seguía las mismas pautas en ambas, pero en la escuela de grabado los alumnos eran al mismo tiempo trabajadores de la casa de la moneda, de modo que por la mañana ayudaban en labores de talla y por la noche asistían a las clases. Aunque el número de alumnos era muy limitado -–cuatro- hay que anotar que los primeros discípulos que salieron de esta escuela fueron otros de los más grandes grabadores de su época: Pedro González de Sepúlveda y Jerónimo Antonio Gil.
Ya hemos mencionado algunos datos acerca de cómo ejercía su magisterio Tomás Francisco Prieto, para quien era esencial el conocimiento de los modelos antiguos mediante las propias monedas y medallas o por medio de los libros. Así, en 1775, recomienda para la Escuela de Grabado de Sevilla, creada un año antes, que se compren diversos libros con estampas de arte y reproducciones de medallas romanas y francesas, de las cuales él dice contar ya con unas 4000.
No sabemos cuándo comenzó la pasión coleccionista de Tomás Francisco Prieto, pero sí sabemos que, a su muerte, el inventario de sus bienes tasó su biblioteca en casi 24 mil reales -–más de lo que valía su casa con una viña aneja-, las monedas, medallas y materiales numismáticos superaban los 1000 reales y había que sumar, además, otros más de 10000 reales en estampas y dibujos.
Tras la muerte de Prieto en 1782, una parte muy importante de este legado pasa a formar parte de los fondos de la Escuela de Grabado de la Real Casa de la Moneda y, con el discurrir de los años, habrían de constituir el germen de lo que es hoy el Museo-Casa de la Moneda de Madrid. Fue el Marqués de la Florida quien sugirió que se comprara para la escuela “la parte del monetario que se considere más a propósito para su estudio”, especialmente las monedas antiguas hispánicas y las griegas y romanas. Pedro González de Sepúlveda, yerno y discípulo de Prieto, además de sucesor suyo como grabador general, realiza el inventario de las piezas, que será supervisado por uno de los grandes numísmatas de la época, Francisco Pérez Bayer. Con todos los informes favorables, la Escuela de Grabado adquiere por casi 40000 reales monedas, medallas, los monetarios en los que se disponían, así como libros y estampas. Los objetos de este legado fueron marcados con un “del Rey”, en el caso de los libros, y una “R” incusa en el de las monedas y medallas.
Otra pequeña parte de la colección monetaria de Prieto pasó a formar parte de los fondos del Gabinete Numario de la Real Academia de la Historia en octubre de 1784. Entre la documentación conservada en esta institución encontramos varios papeles relacionados con la adquisición de esta testamentaria, entre ellos la oferta realizada por Pedro González de Sepúlveda y una lista de las monedas adquiridas, redactado por José de Guevara Vasconcelos, entonces académico anticuario. Fueron alrededor de 120 monedas las que ingresaron, casi todas de oro y plata y de cronologías muy variadas, desde algunas romanas, hasta piezas ya de los Borbones, pasando por bastantes monedas árabes, alguna medieval, alguna bizantina, etc. Sin embargo, se trataba de piezas comunes, de las que el anticuario elige aquellas de las que carecía por entonces el monetario.
De la afición de Tomás Francisco Prieto por coleccionar monedas y medallas, o, en su defecto, vaciados en azufre de ellas, es fácil deducir la importancia que les otorgaba como modelo y fuente de inspiración. Pero además hay que recordar que en estos mediados del siglo XVIII el coleccionismo numismático es una afición muy extendida entre cualquier persona erudita, empezando por los propios reyes, siguiendo con la nobleza y continuando con profesionales liberales, altos cargos de la administración, militares, clérigos, etc. etc. Incluso varias universidades e instituciones docentes contaban con su propio monetario.
El legado bibliográfico de Prieto está a día de hoy mucho mejor estudiado que el numismático, gracias a que se ha conservado casi íntegramente en la biblioteca del actual Museo-Casa de la Moneda y a que ha sido objeto de varios trabajos e incluso de una exposición hace algunos años. De los libros que poseía podemos deducir que consideraba esencial el estudio de las obras de la Antigüedad, y así sabemos que solicitó al propio Carlos III el regalo de la obra sobre las excavaciones de Herculano.
A grandes rasgos, podemos decir que la biblioteca de Prieto estaba formada por libros de grabados de los principales artistas italianos de los siglos XVI y XVII, así como obras de grabadores franceses y numerosas obras técnicas. También contaba con diversos tratados de numismática franceses, italianos, españoles desde los clásicos Agustín y Lastanosa hasta las obras sobre numismática hispánica más importantes de su siglo: el Ensayo sobre los alfabetos de las letras desconocidas… de Luis José Velázquez y las Medallas de las colonias y municipios… del P. Enrique Flórez.
Isabel Rodríguez Casanova
Autor/a: Isabel Rodríguez Casanova