Los fenómeno climatológicos de El Niño y La Niña aparecen periódicamente en los medios de comunicación, con sus efectos sobre el clima a nivel planetario y la fuerza destructiva que provocan en amplias áreas del continente americano, y muy especialmente en la cuenca caribeña. Entre los años 1766 y la década de los noventa del mismo siglo, un “meganiño” de gran duración e intensidad afectó al Caribe con virulencia, y por ende a todo el mundo atlántico, en una “Era de las Revoluciones” que supuso una mutación en las concepciones políticas, sociales y económicas del continente americano.
Desde mediados de agosto de 1766 al menos seis grandes huracanes barrieron el área caribeña con su subsecuente secuela de destrucción. Las Antillas francesas, densamente pobladas, fueron devastadas por sucesivas tormentas, y su situación se vio agravada al haberse roto sus tradicionales líneas de abastecimiento, al haber cedido Francia Canadá a Gran Bretaña y Luisiana a España. Igualmente importantes fueron los destrozos producidos en las Antillas británicas y Jamaica.
Los huracanes barrieron asimismo las Grandes Antillas españolas, pero el mazazo más fuerte se produjo en las costas de Tejas y en Luisiana. El gobernador de este territorio, Antonio de Ulloa, tuvo para garantizar el suministro de alimentos que otorgar concesiones económicas a los residentes, entre las que se encontraba el permiso para adquirir harina en el territorio británico de Illinois, aguas arriba del Misisipi.
Antonio de Ulloa, gobernador de Luisiana en 1776.
Para paliar los daños producidos por estas inclemencias, el 14 de abril de 1767 el gobierno metropolitano español otorgó poderes discrecionales a sus capitanes generales en el Caribe para adquirir alimentos a países extranjeros en casos de emergencia, lo que era contrario a la normativa anterior, muy estricta en cuanto al comercio con otras naciones. Esta medida favoreció especialmente a las Trece Colonias norteamericanas, que tenían prohibida la producción de productos manufacturados, pero tenían importantes excedentes de trigo, maíz y arroz.
El 5 de octubre de ese mismo año un devastador huracán arrasó la mitad occidental de Cuba y hundió las flotas ancladas en La Habana y Batabanó, destruyendo las cosechas. Las primeras medidas del gobernador estuvieron dirigidas a distribuir parte de los alimentos de las áreas no afectadas. En ese invierno, los residentes franceses de Luisiana se sublevaron, siendo reducidos la primavera siguiente por un contingente de más de 2.000 soldados enviados desde La Habana. En 1769 se remitió casi la mitad de su presupuesto, 70.000 pesos, para la compra de harina a los establecimientos británicos.
El punto álgido de la adversidad meteorológica se produjo entre los años 1771 y 1773. Un huracán asoló nuevamente las Pequeñas Antillas y devastó Puerto Rico, destruyendo en su camino dos terceras partes de Cuba. La situación era crítica, y más cuando Nueva España, el tradicional granero del Caribe hispano, sufría importantes sequías en sus tierras productoras de grano. El gobernador de Cuba ordenó el avituallamiento en los puertos de las potencias vecinas, y se entró en contacto con la firma de Filadelfia Willing & Morris, que entre 1771 y 1773 envió a Puerto Rico nueve barcos cargados de harina.
Robert Morris, financiero y político americano que surtió de harina a Puerto Rico.
En octubre de 1775, el Congreso Continental de los Estados Unidos autorizó las exportaciones de víveres a los puertos extranjeros, a cambio de armas, municiones y dinero en efectivo. Entre 1775 y 1778 Cuba sufrió al menos un gran huracán al año y fuertes periodos de sequía, y necesitaba ser abastecida de provisiones. Entre 1776 y 1778, España trasfirió casi un millón de pesos a los representantes de Norteamérica en París, decretó el Libre Comercio y finalmente declaró la guerra a Gran Bretaña.
Los desastres, las hambrunas y los gastos bélicos conllevaron crónicas escaseces de numerario en la cuenca caribeña hispana. En Puerto Rico, ya desde los huracanes de 1766, se recurrió a la emisión de papeletas de 8 reales de valor facial hasta la llegada del situado en 1768, lo que se repitió nuevamente entre 1781 y 1785. En la Isla Española, todo varón en edad de portar armas fue movilizado en 1779, y el gobernador recurrió también a la emisión de papeletas. En la isla de Cuba la moneda obsidional batida en 1741 estuvo en circulación hasta 1790, y ante la escasez de numerario se adelgazaron los pesos fuertes, lo que se conoce como moneda criolla, y se recurrió asimismo a la emisión de papeletas.
La extinción y recogida de moneda macuquina y su sustitución por la de nuevo cuño colaboró a esta escasez de numerario. A petición de los residentes, se llegó a autorizar el 5 de mayo de 1786 por la Corona una emisión de moneda provincial para su circulación en Venezuela y en las Islas de Barlovento, que fue recogida antes de entrar en circulación.
Bibliografía
• CRESPO ARMÁIZ, J., Fortalezas y Situados. La geopolítica española y sus efectos sobre el desarrollo económico y monetario de Puerto Rico (1582-1809), Puerto Rico, 2005.
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• JOHNSON, S. , “Where Has All the Flour Gone? El Niño, Environmental Crisis, and Cuban Trade Restrictions, 1768-1778.” Prepared for the Conference of the Program in Early American Economy and Society, Library Company of Philadelphia, September 19, 2003.
• STOHR, T., El circulante en la Capitanía General de Venezuela, Caracas, 1998.
Autor/a: Pedro Damián Cano Borrego