Irene, emperatriz de Bizancio

Irene, emperatriz de Bizancio

Irene, emperatriz de Bizancio 500 242 admin

Este magnífico sólido que sacan a subasta Martí Hervera, Soler y Llach, nos da pie para recordar su figura y sus emisiones monetarias en el marco de las atractivas acuñaciones bizantinas.

Cuenta la historia que la belleza de Irene de Atenas la llevó a ser la esposa del emperador León IV (775-780 d.C.) y desde entonces estuvo vinculada al trono de Bizancio, ejerciendo su poder a lo largo de tres décadas. Su hijo, Constantino VI, tenía diez años a la muerte de su padre, por lo que Irene asumió la regencia. Las relaciones madre-hijo no fueron precisamente cordiales y, tras sucesivas conspiraciones por ambas partes, en las que se entremezclaban los conflictos religiosos, Irene terminó cegando y causando la muerte de Constantino y se sentó en el trono como única emperatriz. A pesar de estos antecedentes nada edificantes, Irene es considerada santa por la iglesia ortodoxa.

La ausencia de un heredero varón para Bizancio impulsó al papa León III a nombrar emperador a Carlomagno, lo que fue visto como un sacrilegio en Constantinopla donde se creía que sólo podía haber un emperador, el legítimo sucesor del de Roma, en la parte oriental. El historiador Teófanes cuenta que el rey franco envió embajadores para negociar un matrimonio con Irene, pero fracasó. Poco después, el 802, la emperatriz fue depuesta mediante una conspiración que colocó en el trono a Nicéforo I, hasta entonces responsable del tesoro. Irene moriría en el exilio en la isla de Lesbos a mediados de agosto del 803, y algunos autores la consideran la última de los emperadores isaurios, si bien otros amplían este periodo dinástico hasta León V el Armenio (813-820).

Irene fue la primera mujer en reinar en Bizancio en su propio nombre, entre el 797 y el 802 d.C., y en acuñar monedas como tal, como lo haría siglos después Teodora (1055-1056). La presencia de las reinas en las monedas bizantinas no es demasiado rara: algunas aparecen como regentes, caso de Zoe para Constantino VII, o el de Sofía con Justino II. Sin embargo no todas las mujeres de la familia imperial consiguen colocar su imagen en las monedas más importantes, las de oro.

Por eso la pieza que estamos viendo, un sólido con el retrato de Irene en ambas caras, refuerza esa imagen de autoridad que la emperatriz quiere remarcar, ya que tanto le costó conseguirla. Lo habitual en las monedas de este siglo VIII es que en una de las caras de la moneda aparezca la imagen del emperador y en la otra la de su sucesor, o, en algunos casos, la de su antepasado, como una forma de reivindicar la dinastía. Aunque debido a la influencia iconoclasta, en esta época es difícil reconocer algún atisbo de retrato en las imágenes y, como vemos claramente en esta moneda, el tratamiento del grabado es muy lineal y esquemático.

En estos años se sitúa el máximo apogeo de la denominada moneda genealógica en Bizancio. Si nos fijamos en los sólidos acuñados por León IV, el esposo de Irene, aparecen en el anverso el emperador que su pequeño hijo, al que había asociado al trono en el 776, con tan solo 5 años. El reverso lo ocupan sus dos antecesores, Constantino V y León III, designados en la leyenda como padre y abuelo del emperador.

A la muerte de León VI, Irene, que ejerce la regencia y de hecho, el poder, pasa a aparecer en los anversos junto a su hijo Constantino VI, con el título de “reverenciada madre y emperatriz”; mientras que en el reverso aparecen los tres emperadores anteriores ya fallecidos.

Tras un golpe de estado que la apartaría del poder y la mantuvo en el exilio durante un año, Irene volvió a Constantinopla reclamada por su hijo para compartir el gobierno, dándole el título de Augusta. Este hecho marca una nueva etapa en los diseños monetarios, ya que Irene y Constantino ocupan cada uno una cara de la moneda, en relación de igual a igual, algo que hasta entonces no había conseguido ninguna mujer.

Cuando en el 797 Irene destituye a su hijo y se convierte en única gobernante, se produce una situación sin precedentes hasta entonces y la emperatriz se hace representar de modo oficial con la vestidura oficial del basileus. Es más, en sus documentos oficiales, firma con el título oficial de basileus, en masculino (aunque en las monedas usa el femenino).

Para reforzar aún más su autoridad, Irene pone su imagen en las monedas en anverso y en reverso, resaltando que nadie más ocupa el poder y que no hay nadie más asociado al trono. Se trata de la primera vez en la historia de la moneda bizantina en que el mismo gobernante ocupa las dos caras de la moneda.

Además de la leyenda, que la designa como basilissa (reina, en griego) en ambas caras Irene lleva en esta moneda los símbolos del poder. Aparece coronada, con los característicos pendilia que llegaban hasta la mitad del rostro. La corona de las emperatrices, como la que estamos viendo, se distingue de la de los emperadores porque los pendilia se llevan más largos y presenta además unos adornos en forma de pináculos en la parte superior.

La emperatriz va vestida con el loros, una vestidura que tiene su origen en la de los cónsules romanos y que consistía en una larga banda de tela, de más de dos metros de longitud, ricamente decorada, que se enrollaba en el cuerpo y se sujetaba en el brazo derecho, dejándose caer sobre el brazo izquierdo extendido. Los emperadores usaban esta vestidura durante las celebraciones religiosas del domingo de Pascua, ya que esta larga pieza de tela recordaba al sudario de Cristo.

Otro símbolo de la realeza es el globo crucífero, que la emperatriz porta en su mano derecha, y que aludía a la base celestial que tenía el poder del emperador. En la mano izquierda, Irene sostiene un largo cetro rematado en una cruz.

Respecto de la ceca, hay que decir que Siracusa estuvo acuñando piezas de bronce y oro entre los años 642 y 879, cuando la ciudad fue conquistada por los árabes y el taller monetario fue trasladado a Reggio. No debe sorprender el bajo peso de este solidus nomisma, ya que esta ceca siciliana presenta una clara devaluación de peso y ley en sus acuñaciones de oro (una de las “ventajas” de estar alejada de la metrópolis). Sus emisiones de oro fueron abundantes, aunque no tanto como las de bronce, pero en el caso de las realizadas a nombre de Irene no son muy comunes.

El atractivo de la figura de la emperatriz Irene es innegable y poder ver su retrato, por partida doble, aunque no sea muy realista, en una pieza original como es una moneda, suma al valor de ésta un peso histórico que no se puede soslayar.

* Las imágenes que ilustran esta nota están tomadas del artículo del profesor J. Mª de Francisco, citado en bibliografía.

Para saber más

Canto García, A. y Rodríguez Casanova, I., 2006, Monedas bizantinas, vándalas, ostrogodas y merovingias. Catálogo del Gabinete de Antigüedades, Real Academia de la Historia, Madrid,

Guadán Lascaris, A. M. de, 1984, Prontuario de la moneda bizantina, Madrid.

Grierson, Ph., 1999, Byzantine coins, Berkeley, Los Angeles.

Francisco Olmos, J. Mª de, 2010, “El triunfo de la moneda dinástica en el imperio bizantino. Isaurios, amorianos y macedonios”, Documenta & Instrumenta, 8 (2010), pp. 87-114.

Isabel Rodríguez Casanova

Dra. en Arqueología

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